lunes, 19 de noviembre de 2007

¿VENTANA O PASILLO?


Me pide Kubelik que publique un post en su honor o amenaza con hacerlo ella; y yo, que empiezo a sentirme cada día más identificada con el rol de la queja, no quiero perderme, por nada del mundo, una entrada con un tema tan suculento como el aeropuerto.

Ni siquiera viene al caso, pero no puedo por menos que arrancar todo esto diciendo que a mi me da terror volar, me da pánico. Ya lo paso bastante mal sólo con la idea de que mis pies se alejen tanto de tierra firme como para que vengan los señores del aeropuerto a hacer un poco menos llevadero mi paso por “tierra de nadie”.

El aeropuerto es un sitio inhóspito per se, quien diga lo contrario que se lo haga mirar. Si, así de radical me pongo. Para muestra, un botón: Barajas.

Para empezar vamos a preguntarnos ¿en qué otro medio de transporte tiene que estar el cliente (porque somos clientes ¿eh? que nadie se lleve a engaño) al menos dos horas antes de la salida? ¿En qué otro medio de transporte la compañía, la empresa, puede dejarte en tierra impunemente aunque llegues con más de dos horas de antelación sin importar nada los motivos de tu viaje? ¿En qué otro medio de transporte la empresa no te garantiza puntualidad ni te compensa los retrasos? ¿En qué otro medio de transporte se obliga al cliente a separarse de sus pertenencias sin ninguna garantía por parte de la empresa de que las volverás a ver? ¿En qué otro medio de transporte tus pertenencias valen menos que nada? ¿En qué otro medio de transporte puedes llegar al destino con lo puesto? ¿En qué otro medio de transporte, si la empresa pierde tu maleta (inciso ¿Cómo coño es posible que pierdan tu maleta?), eres tu el que se tiene que encargar de llamar para que te digan si la han encontrado (por una casualidad milagrosa)? ¿En qué otro medio de transporte, si encuentran tu maleta te la mandan a casa a la hora que ellos decidan sin avisarte y sin preocuparse de si estarás en casa o no? ¿En qué otro medio de transporte el repartidor de una empresa subcontratada intentaría endiñarle tu maleta al primero que entrase en tu portal? ¿En qué otro medio de transporte eres un delincuente en potencia? ¿En qué otro medio de transporte eres sospechoso de fabricar bombas con pasta de dientes y goma de mascar? ¿En qué otro medio de transporte te pueden confiscar las pinzas de depilar poque son potencialmente peligrosas (”O estrella usted este avión o le dejo las cejas como las de la Dietrich”)? ¿En qué otro medio de transporte se te supone portador de armas de destrucción masiva dentro de los zapatos?

Bien, tomaros un momento para reflexionar sobre lo expuesto más arriba y luego que algún descerebrado me vuelva a hablar de lo “chupis” que son los aeropuertos.

Llegas a la carrera, con más de dos horas de antelación y sin embargo, paradójicamente, con el tiempo pegado al culo. Llegas arrastrando tu maleta, tirando de tu abrigo, pisando tu bufanda, tratando de que no se te caiga el gorro, con la bolsa de mano haciéndote un surco en el hombro y con tu huella dental firmemente grabada en tu pasaporte. Después de chuparte tremenda cola para facturación frente a un mostrador con más de 12 ventanillas de las que sólo funcionan dos, un tipo o tipa con pinta de funcionario de los de antes te mira de hito en hito. Escupes como puedes el pasaporte sobre el mostrador y rebuscas en tu bolsa de mano las catorce hojas en las que has impreso los mails del billete. Nunca sabes cuál tienes que llevar, así que los llevas todos. Se los pones encima de la mesa también, con cierto orgullo porque sientes que lo has conseguido, que, aunque parecía imposible, lo has logrado. Ella o él te devuelve los papeles sin mirarlos mientras teclea con suficiencia en su ordenador: “Esto no lo necesito”, te dice. “¿ventana o pasillo?” te pregunta sin levantar la mirada, masticando el chicle con la boca muy abierta y la máxima expresión de aburrimiento que hayas visto en toda tu vida. “Ventana” Contestas. “No me queda” Te replica. “Entonces, ¿para qué preguntas?” Piensas, pero no le dices nada porque nunca se te ocurriría enfadar a una persona con tanto poder... Al fin y al cabo le vas a dejar tu maleta en breves instantes y sabes que cualquier paso en falso podría significar no volver a ver nunca tu ropa.

Cuando saca la tarjeta de embarque te la pintarrajea un poco y te da unas instrucciones muy breves y muy rápidas, como para despistar. Te señala hacia un sitio, pero cuando quieres mirar ya ha bajado la mano y como en cualquier caso no te mira, no puede ver la expresión desesperada con la que intentas comprender sus indicaciones, de las que dependen que llegues o no a la puerta correcta...

Si has llegado con más de dos horas de antelación, puede que tengas suerte y que no tengas que correr para llegar a tiempo a la hora de embarque. Te podrías parar aquí y allí, fumarte un cigarro en uno de los puntos para fumadores... Pero el caso es que pararte aquí y allí supone una tortura dado el abrigo, el gorro, la bufanda, el bolso de mano y todas las bolsas que vas sumando cada vez que paras aquí y allí. Es cada vez más agobiante y además es todo dolorosamente brillante, deslumbrante y frío.

Lo de fumarte un cigarro en un punto para fumadores es aún peor. Estos puntos los localizas perfectamente por el olor. Se huelen a distancia. Son cajas de cristal de las que emanan enormes bocanadas de humo gris. Apenas puedes distinguir a la gente en su interior. Te puedes fumar diez cigarros sin encender ninguno. Pero como eres una adicta irredenta, te armas de valor y entras. Sueltas todos tus bártulos, buscas, rebuscas y encuentras tu tabaco, para cuando te enciendes el cigarro ya has fumado medio paquete y encima te han entrado ganas de hacer pis.

Recuélgatelo todo otra vez y descuélgatelo como puedas de nuevo en el baño procurando que nada toque el suelo. Cuando acabas llevas impregnado un olor a tabacazo y meados de lo más majo para meterte un porrón de horas con otras doscientas personas en un cilindro herméticamente cerrado.

Con todos tus colgajos, sintiéndote un poco árbol de navidad venido a menos, te diriges hacia el control de policía, donde te proponen otra tremenda cola para que unos señores te despojen de todo lo que más quieres (incluida tu autoestima), pongan tus artículos de belleza en una bolsa de plástico transparente, enseñando tus vergüenzas al mundo y te metan mano mientras te miran como si fueras un criminal. Tú sonríes de forma bobalicona intentando quitarle hierro al asunto, pero en realidad lo que quieres es llorar, dejarte caer a los pies de la señora con bigote y placa de policía y gritarle que tenga piedad, que eres inocente y que quieres ver a tu mamaaaaaaaaaá.

Cuando consigues recuperar tus pertenencias y estás por ponerte otra vez tu dignidad, la señora te pide que te quites el cinturón y los zapatos. ¿Los zapatos? Los zapatos.

Puede ocurrir que, iluminado por una chispa de lucidez, hayas decidido ponerte los zapatos más aparatosos para que no ocupen tanto espacio en la maleta. Quitarte los zapatos puede antojarse algo más complicado de lo que a priori podría parecer. Buscas con la mirada un asiento o algo para apoyarte, pero todo está ocupado y tus pertenencias se han vuelto a convertir en pesados colgajos que ahora quieres regalarle a la señora con bigote. Por fín consigues sentarte en el borde de una silla que compartes con un señor con sobrepeso y, sorteando codazos y vigilando tus cosas, consigues quitarte los zapatos. Si no te has puesto los calcetines con boquete estás de suerte.

“Los calcetines también” Te dice la señora con bigote. “¿Los calcetines?” Preguntas, incrédula. “Los calcetines”. “¿Qué coño espera esta tía encontrar en mis calcetines?” Te preguntas, pero obedeces y te quitas los calcetines en una exibición sin precedentes de malabarismos y contorsionismos.

Por fin la señora te deja pasar, descalza y humillada. Pero, ay de tí, otro señor te detiene un poco más adelante y te pide que abras tu bolso de mano. Para entonces ya es la hora de embarque y empiezas a ponerte un poco nerviosa, pero te acuerdas del pobre señor que la policía mató hace bien poco en Canadá a base de descargas eléctricas y decides mantener la calma... Abres tu bolsa de mano y el señor observa tus cosas detenidamente y con el ceño fruncido. Cuando por fin parece que te lo va a devolver, su mirada se posa en el interior de tu neceser, introduce sus dedos indolentes en su interior y, muy despacio, extrae tus pinzas de depilar. “No puede viajar con esto” “¿¡?!” Careces de palabras. “Tendría que haberlo facturado, señora (odio lo de “señora”), no puede viajar con objetos punzantes ni cortantes” Te explica. Atónita, sólo aciertas a asentir con la cabeza, colocar de nuevo el contenido de tu bolsa de mano (porque el señor revuelve, pero no te vayas a creer que te lo ordena otra vez), cerrarla, regalarle al tipo las pinzas de depilar y alejarte de allí, descalza, lo antes posible.

Cuando llegas, in extremis, a la puerta de embarque te encuentras un cartel que reza: “Retrasado” y parece que te lo dice a ti.

El día menos pensado volaremos todos en pelotas, de pié y atados de pies y manos...

2 comentarios:

CECILIA dijo...

Bueeeeeeeeeeeeeeeno!!
Nuevo ataque de Anita Dinamita.

¡Madre mía! Estoy llorando y no tengo muy claro si es de risa o porque me siento demasiado identificada. Lo peor es que siempre que te cachean piensas que te van a pillar, pero ¿pillar el qué!!!??? ajjajajajja.

Ana, creo que es hora de que te reconciles con tu pasado de azafata de Iberia y nos indeques las salidas de emergencia... ¡¡¡de este lunes apesto!!!
jajaja.
Bs.

Firma tu Club de fans.

PANI dijo...

esa es mi ceci. La puerta de cristal que tienes en frente, o en su defecto la cristalera, son las mejores opciones de salida de emergencia. La cristalera tiene una ventaja: si la juegas bien, baja laboral e indemnización por daños y perjuicios de parte del Tito Román... ¡Gracias club de Fans!