jueves, 29 de noviembre de 2007

EL SIETE


Cuando dan las seis y media en punto salimos corriendo como una exalación del trabajo. El motivo no es la falta de motivación y/o entusiasmo por el trabajo, no. El motivo principal es que a las siete menos cuarto pasa el tren que nos lleva a nuestros anhelados hogares.

Desde el edificio de oficinas (que se levanta entre la vasta llanura de chalets con las persianas cerradas a cal y canto) hasta la estación de Cercanías hay, más o menos, a paso ligero (un, dos, un, dos) doce o trece minutos andando, atravesando un paso elevado que nos permite cruzar la carretera y sorteando luces y villancicos a nuestro paso por el infernal centro comercial.

La travesía, en resumen, no es grata más que por la compañía que, encogida por el frío y concentrada en el tiempo restante, camina silenciosa cual escuadrón de la muerte.

Hay otra opción. Otra opción que, a priori, podría resultar más acogedora: Esperar a la lanzadera (antes de que algúno dibuje en su vivaz imaginación un cohete espacial, os diré que una lanzadera es un autobús, la mayoría de las veces muy cutre y con un fuerte olor a vómito mezclado con ambientador de manzana ácida, que realiza el trayecto entre la empresa y la estación de transporte público más próxima o conveniente). La lanzadera tarda en torno a tres o cuatro minutos en cubrir el recorrido, de modo que, si sale a menos veinte, nos da tiempo (in extremis, eso sí) a coger el tren de menos cuarto.

Inciso: ¿Por qué los trenes de Cercanías Renfe siempre, SIEMPRE, sufren retrasos por las mañanas y hacen gala de una puntualidad británica por las tardes?

Bien. Estábamos en que, si la lanzadera sale a su hora establecida (menos veinte) y nuestro sprint final es suficiéntemente bueno, podemos llegar al tren.

Se da la triste circunstancia, sin embargo, de que la lancadera rara vez llega o sale a su hora. Esto se lo debamos a los peculiares cenutrios que conducen los autobuses.

Así que allá vamos, varias personas encogidas y silenciosas cruzando un paso elevado y un centro comercial, silenciosas con paso rápido. Si alguien cae en el camino se le deja atrás. Ese es el código. Hay que seguir adelante.

Cuando llegamos nos enfrentamos al consabido juego de Renfe de “acierta cuál es el torno que funciona”. Las posibilidades son infinitas, pues nunca es el mismo. Mientras, oyes llegar tu tren; te pones nervioso; intentas forzar a la máquina para que se trague tu billete; la máquina es más fuerte que tu y lo regurgita tercamente; te rindes; te pones en la cola del torno que funciona; el tren se está parando en el andén y aún tienes que bajar dos traicioneros tramos de escaleras; te toca; metes el billete por la ranura; las puertas del torno se abren con una media sonrisa maliciosa; recojes tu billete e inicias tu sprint.

“JJJJJJJJJJJJRRRRRRRRRJJJJRRRR”

Sientes que algo te retiene, que algo tira de tu manga. Te vuelves lleno de ira, dispuesto a soltarte de lo que quiera que sea que te ha agarrado. El siguiente tren pasa quince minutos más tarde. No vas a perder este tren. ¿O si?

Ojiplático y boquiabierto contemplas tu propio brazo sin dar crédito a lo que ves. La manga de tu cazadora se abre en un magnífico siete a la altura del biceps. “Me estoy poniendo como un toro con tanto gimnasio” piensas en la primera décima de segundo, pero enseguida te das cuenta de que no ha sido tu fuerza desmedida la que ha cercenado tu cazadora.

Aún hay restos textiles en el torno. Restos dignos de un C.S.I. Paradógicamente, el único torno que funciona es el que está roto. Roto de tal manera que muestra una amenazante cuchilla. Puedes dar gracias porque aún conservas tu brazo.

Pero después de dar gracias quieres pedir explicaciones. Tus compañeros han seguido sin tí y tu tren se ha ido.

Te diriges a la ventanilla, intentas, sin éxito, llamar la atención de la señorita. Tienes que aporrear el cristal blindado para que la tipa se digne a levantar la mirada. Le enseñas lo que ha ocurrido, sin duda esperando por su parte un poco más de emoción en su reacción.

“¿Y qué quieres que haga yo?” Te espeta. “Que me lo zurzas ¿No te jode?” Piensas, pero no lo dices. En su lugar le exiges la hoja de reclamaciones y te esfuerzas en que tu redacción refleje tu indignación, tu dolor, tu tiempo perdido, tu chaqueta destrozada y tantos sentimientos atropellados que no puedes comprender...

Ya sólo te queda esperar. Esperar el siguiente tren. Esperar que el siete en tu cazadora tenga arreglo. Esperar una respuesta de los Señores de Renfe. Esperar que te paguen lo que te han quitado. Esperar que te indemnicen.

¿Y si la chaqueta la hubieras comprado en Londres? ?Y si eres pobre y esa era la chaqueta para pasar todo el invierno? ¿Y si era un recuerdo de familia?

A los señores de Renfe les da igual. Ese torno lleva así meses y así va a seguir hasta que corte el brazo a alguien...

lunes, 26 de noviembre de 2007

VIOLENCIA


Que el maltratador está en la calle es un hecho.

Hoy me he cruzado con varios.

Hoy me he puesto una minifalda y he ido al trabajo.

No es una de "esas minifaldas", es una minifalda que cae una cuarta por encima de las rodillas, pero aunque fuera una de "esas minifaldas" seguiría sin encontrarle sentido... Los que piensen que una minifalda es una provocación ya pueden dejar de leer. Este texto no es para ellos.

Tampoco soy una mujer espectacular, de esas que quitan el hipo. Normalita, resultona y hasta un poco llenita (gorda, pero en “políticamente correcto”).

En el camino me he mirado, nerviosa, a varios escaparates, pensando que descubriría, horrorizada, que se me veían as bragas o el final de las medias. Nada. La minifalda seguía en su sitio: una cuarta por encima de mis rodillas, cubriendo prudentemente los ligueros y las bragas.

Sin embargo, de alguna manera, parecía que iba desnuda.

No es la primera vez que me pasa, ni será la última. Y le pasa, de hecho, a todas las mujeres.

A mi me aflora la culpa (la culpa cristiana) cuando me ocurre esto. De pronto me descubro pensando “No tenía que haberme puesto esto” y enseguida me digo “¡¿Qué?! ¿Estás tonta? ¡Te puedes poner lo que te de la real gana! ¡Sólo faltaría!” Y empieza una cruenta batalla en mi cabeza.

Afortunadamente siempre gana la razón, pero aunque desaparezca la culpa, resiste la vergüenza, la incomodidad y la violencia... pero sobre todo la rabia.

No hablamos mucho de ello porque estamos tristemente acostumbradas, pero hace algún tiempo descubrí con estupor que mis amigos se sorprendían de lo que nos pasaba a sus amigas.

“¡Por supuesto!” pensé: Ellos no tienen ni idea... No están nunca allí cuando nos acosan por la calle. Cuando ellos están, no nos acosan. Ellos tampoco practican el acoso, de modo que ni se imaginan que existe.

De modo que la mayoría de los hombres no saben lo que padecemos, ni se lo imaginan.

Quiero aclarar que no hablo del piropo, Dios me libre. No soy ni feminista recalcitrante ni feminista a secas. Pero soy mujer. Aprecio un piropo. Incluso, aunque no lo aprecie, puedo admitir alguna burrada sin que se me lleven los demonios.

Pero aquí hablo de otra cosa. Hablo de una invasión de mi espacio. Hablo de un andén vacío y un hombre pasando a propósito a escasos cinco centímetros de mi. Olfateando y murmurando. Hablo incluso de un hombre que al cruzarse contigo te pasa la mano por toda la cintura dejandote con una sensación indescriptible. De rabia. De impotencia.

Porque yo no puedo hacer nada. A mi me atenazan la vergüenza y el miedo. Si le miro diréctamente a los ojos, si le encaro, si me yergo y me enfrento a él... ¿Será peor?

Ayer fue el día contra la violencia de género o violencia machista o violencia doméstica o violencia contra la mujer.

Se que lo que cuento está muy lejos, lejísimos, de parecerse ni un poquito a lo que padecen las víctimas de los malos tratos, pero reflexiono y creo que detrás de cada uno de esos hombres que, en el metro, en la calle o donde sea, se creen con derecho a invadirte, a desnudarte con la mirada, a tocarte con lascivia incluso, hay un maltratador. Alguien que no respeta al otro ser humano, alguien que se ve superior al otro género. Un enfermo, un violento, un agresivo, una amenaza.

A partir de hoy me voy a poner mi minifalda al menos una vez a la semana y prometo intentar no dejarme amedrantar por las miradas ni los gestos. Prometo intentar con todas mis fuerzas plantarles cara. Prometo intentar por todos los medios despojarme de la culpa y de la vergüenza. Prometo, en todo caso, caminar con la cabeza bien alta.

Cerdos, os estoy vigilando.

martes, 20 de noviembre de 2007

SISTEMA DIGITAL II (Por Felicis)



El autor del presente post es Felicis, que nos regala otra advertencia sobre Canal Satélite Digital en respuesta al post "Sistema Digital":

Ay, hija, este post sobre el Canal Satélite me trae una de recuerdos... Fue hace algo así como tres añitos cuando en qué mala horita, una compi del trabajo me dice que se quita del CSD. Yo le dije que estaba interesado en apuntarme. Y me dijo que entonces lo más sencillo era hacer un traspaso de contrato. Así, ella me pasaba directamente el decodificador y todos contentos. Mucho más fácil...

Mucho más fácil, en teoría, porque esto es lo que ocurrió, step by step:

- Mi compi y yo rellenamos unos papeles en los que constaba que ella se daba de baja y yo de alta, con mis datos personales y bancarios. Entonces ellos me tenían que reenviar un contrato con los datos ya incorporados y yo firmarlo y devolverlo por correo. Pero mientras, el proceso de instalación ya estaba en marcha. ¡Qué majos! Pensé, sin firmar ni nada ya se ponen en marcha.

- Estamos en junio, y ya con el decodifier en casa (adelanto que el parato ya estaba roñoso después de años y años de uso), me llega el instalador con el antenoncio de marras. Lo pone en el balcón, mirando pa un satélite, mirando pa otro, y nada, que la señal no llega. Me dice que en mi piso, imposible ver el Canal.

- Como el antenista era un subcontratao que nada tenía que ver con el CSD, llamo a CSD pa que me digan algo. No recibo respuesta, pero después de tres días me dicen que no se ha podido completar el proceso y que ahí queda la cosa, que como no se ha firmado nada, pues ya está.

- Pasan seis meses en los que no vuelvo a saber nada. Y de pronto, antes de las navidades, veo que tengo un cobro en mi cuenta de 300 eurazos. Aluciné. Chequeo en Internet y veo que es de CSD.

- Llamo a CSD y los hijos de puta me dicen que es una multa por no devolver el aparato mugriento, que ya he debido de recibir varios avisos y notificaciones por teléfono y por correo (pues que alguien me los enseñe, por favor)

- Me voy directamente al banco y cancelo el cobro (que sepáis, chicos, que todos tenéis entre 15 y 20 días para cancelar todo cobro que tengáis en vuestras cuentas; de esto me enteré porque el de mi banco era majo, que si no, pierdo las 50mil calas). Respiro aliviado. Pero entonces el del banco me avisa de que en julio me cobraron una mensualidad (48 euros, creo recordar), pero que ya estaba fuera de plazo para cancelarla. Yo lo flipo. Sin contrato firmado ni nada, sin antena instalada, sin ver yo nada, me cobran una mensualidad!!!!!

- Le digo al de mi banco que bloquee cualquier cobro de estos hideputas del CSD, y me pongo a esperar una llamada que sabía que tarde o temprano recibiría.

- Tres días tardaron: fue una tía a la que puse los puntos sobre las íes (el aparatito, si lo queréis, aquí está, yo no pienso recogerlo) hasta el punto de que, de pronto, la llamada se cortó, en medio de la conversación, y nunca más me volvió a llamar. Ni ella ni nadie más de ese canal. Lo peor que me puede pasar es que me hayan metido en una de esas famosas listas de morosos. Me da una pena…

- Pero ahí no termina la cosa. Yo llamé a mi amiga del curro contándole todo, para que bloqueara cobros de CSD en su cuenta por si también iban a por ella. Y…

- Eureka!! Un mes fue el que tardaron en ir a por ella. La amenazaron hasta el punto de que tuve que llevarle el aparato que yo tuve muerto de risa durante seis meses en casa, para que lo devolviera. Y todavía cuando lo devolvió, le pusieron pegas porque faltaba el euroconector, de esos que valen 2 leuros en el chino. Así se las gastan en el CANAL SATÉLITE DIGITAL. Una mierda para ellos.

Muchas gracias por tu aportación, Felicis.

Increible, pero cierto. Un consejo mío: Nunca, nunca, os dejéis amilanar por las amenazas de juicios y listas de morosos de las grandes empresas. Yo estoy en una lista de morosos desde el año maricastaña y desde entonces no ha habido nada que me hayan denegado. Tu banco, además, no te negará nada nunca, siempre que cumplas sus requisitos, que nada tienen que ver con las listas de morosos.

Por otra parte, las amenazas de juicios nunca las cumplen. A mi Vodaphone (entonces Airtel) estuvo mandándome una carta al mes durante todo un año. Era una carta de un bufete de abogados que amenazaba con llevarme a juicio en nombre de Airtel. Ni me molesté en contestar. Nada.

Lo único que me jode de tu post, Felicis, es que reclamaras los 48 euracos que te robaron. ¡48€! Que estamos hablando de 8.000 pelas de las de antes!!! Robadas directamente de tu cuenta!!! Sin que medie un contrato siquiera!!!

lunes, 19 de noviembre de 2007

¿VENTANA O PASILLO?


Me pide Kubelik que publique un post en su honor o amenaza con hacerlo ella; y yo, que empiezo a sentirme cada día más identificada con el rol de la queja, no quiero perderme, por nada del mundo, una entrada con un tema tan suculento como el aeropuerto.

Ni siquiera viene al caso, pero no puedo por menos que arrancar todo esto diciendo que a mi me da terror volar, me da pánico. Ya lo paso bastante mal sólo con la idea de que mis pies se alejen tanto de tierra firme como para que vengan los señores del aeropuerto a hacer un poco menos llevadero mi paso por “tierra de nadie”.

El aeropuerto es un sitio inhóspito per se, quien diga lo contrario que se lo haga mirar. Si, así de radical me pongo. Para muestra, un botón: Barajas.

Para empezar vamos a preguntarnos ¿en qué otro medio de transporte tiene que estar el cliente (porque somos clientes ¿eh? que nadie se lleve a engaño) al menos dos horas antes de la salida? ¿En qué otro medio de transporte la compañía, la empresa, puede dejarte en tierra impunemente aunque llegues con más de dos horas de antelación sin importar nada los motivos de tu viaje? ¿En qué otro medio de transporte la empresa no te garantiza puntualidad ni te compensa los retrasos? ¿En qué otro medio de transporte se obliga al cliente a separarse de sus pertenencias sin ninguna garantía por parte de la empresa de que las volverás a ver? ¿En qué otro medio de transporte tus pertenencias valen menos que nada? ¿En qué otro medio de transporte puedes llegar al destino con lo puesto? ¿En qué otro medio de transporte, si la empresa pierde tu maleta (inciso ¿Cómo coño es posible que pierdan tu maleta?), eres tu el que se tiene que encargar de llamar para que te digan si la han encontrado (por una casualidad milagrosa)? ¿En qué otro medio de transporte, si encuentran tu maleta te la mandan a casa a la hora que ellos decidan sin avisarte y sin preocuparse de si estarás en casa o no? ¿En qué otro medio de transporte el repartidor de una empresa subcontratada intentaría endiñarle tu maleta al primero que entrase en tu portal? ¿En qué otro medio de transporte eres un delincuente en potencia? ¿En qué otro medio de transporte eres sospechoso de fabricar bombas con pasta de dientes y goma de mascar? ¿En qué otro medio de transporte te pueden confiscar las pinzas de depilar poque son potencialmente peligrosas (”O estrella usted este avión o le dejo las cejas como las de la Dietrich”)? ¿En qué otro medio de transporte se te supone portador de armas de destrucción masiva dentro de los zapatos?

Bien, tomaros un momento para reflexionar sobre lo expuesto más arriba y luego que algún descerebrado me vuelva a hablar de lo “chupis” que son los aeropuertos.

Llegas a la carrera, con más de dos horas de antelación y sin embargo, paradójicamente, con el tiempo pegado al culo. Llegas arrastrando tu maleta, tirando de tu abrigo, pisando tu bufanda, tratando de que no se te caiga el gorro, con la bolsa de mano haciéndote un surco en el hombro y con tu huella dental firmemente grabada en tu pasaporte. Después de chuparte tremenda cola para facturación frente a un mostrador con más de 12 ventanillas de las que sólo funcionan dos, un tipo o tipa con pinta de funcionario de los de antes te mira de hito en hito. Escupes como puedes el pasaporte sobre el mostrador y rebuscas en tu bolsa de mano las catorce hojas en las que has impreso los mails del billete. Nunca sabes cuál tienes que llevar, así que los llevas todos. Se los pones encima de la mesa también, con cierto orgullo porque sientes que lo has conseguido, que, aunque parecía imposible, lo has logrado. Ella o él te devuelve los papeles sin mirarlos mientras teclea con suficiencia en su ordenador: “Esto no lo necesito”, te dice. “¿ventana o pasillo?” te pregunta sin levantar la mirada, masticando el chicle con la boca muy abierta y la máxima expresión de aburrimiento que hayas visto en toda tu vida. “Ventana” Contestas. “No me queda” Te replica. “Entonces, ¿para qué preguntas?” Piensas, pero no le dices nada porque nunca se te ocurriría enfadar a una persona con tanto poder... Al fin y al cabo le vas a dejar tu maleta en breves instantes y sabes que cualquier paso en falso podría significar no volver a ver nunca tu ropa.

Cuando saca la tarjeta de embarque te la pintarrajea un poco y te da unas instrucciones muy breves y muy rápidas, como para despistar. Te señala hacia un sitio, pero cuando quieres mirar ya ha bajado la mano y como en cualquier caso no te mira, no puede ver la expresión desesperada con la que intentas comprender sus indicaciones, de las que dependen que llegues o no a la puerta correcta...

Si has llegado con más de dos horas de antelación, puede que tengas suerte y que no tengas que correr para llegar a tiempo a la hora de embarque. Te podrías parar aquí y allí, fumarte un cigarro en uno de los puntos para fumadores... Pero el caso es que pararte aquí y allí supone una tortura dado el abrigo, el gorro, la bufanda, el bolso de mano y todas las bolsas que vas sumando cada vez que paras aquí y allí. Es cada vez más agobiante y además es todo dolorosamente brillante, deslumbrante y frío.

Lo de fumarte un cigarro en un punto para fumadores es aún peor. Estos puntos los localizas perfectamente por el olor. Se huelen a distancia. Son cajas de cristal de las que emanan enormes bocanadas de humo gris. Apenas puedes distinguir a la gente en su interior. Te puedes fumar diez cigarros sin encender ninguno. Pero como eres una adicta irredenta, te armas de valor y entras. Sueltas todos tus bártulos, buscas, rebuscas y encuentras tu tabaco, para cuando te enciendes el cigarro ya has fumado medio paquete y encima te han entrado ganas de hacer pis.

Recuélgatelo todo otra vez y descuélgatelo como puedas de nuevo en el baño procurando que nada toque el suelo. Cuando acabas llevas impregnado un olor a tabacazo y meados de lo más majo para meterte un porrón de horas con otras doscientas personas en un cilindro herméticamente cerrado.

Con todos tus colgajos, sintiéndote un poco árbol de navidad venido a menos, te diriges hacia el control de policía, donde te proponen otra tremenda cola para que unos señores te despojen de todo lo que más quieres (incluida tu autoestima), pongan tus artículos de belleza en una bolsa de plástico transparente, enseñando tus vergüenzas al mundo y te metan mano mientras te miran como si fueras un criminal. Tú sonríes de forma bobalicona intentando quitarle hierro al asunto, pero en realidad lo que quieres es llorar, dejarte caer a los pies de la señora con bigote y placa de policía y gritarle que tenga piedad, que eres inocente y que quieres ver a tu mamaaaaaaaaaá.

Cuando consigues recuperar tus pertenencias y estás por ponerte otra vez tu dignidad, la señora te pide que te quites el cinturón y los zapatos. ¿Los zapatos? Los zapatos.

Puede ocurrir que, iluminado por una chispa de lucidez, hayas decidido ponerte los zapatos más aparatosos para que no ocupen tanto espacio en la maleta. Quitarte los zapatos puede antojarse algo más complicado de lo que a priori podría parecer. Buscas con la mirada un asiento o algo para apoyarte, pero todo está ocupado y tus pertenencias se han vuelto a convertir en pesados colgajos que ahora quieres regalarle a la señora con bigote. Por fín consigues sentarte en el borde de una silla que compartes con un señor con sobrepeso y, sorteando codazos y vigilando tus cosas, consigues quitarte los zapatos. Si no te has puesto los calcetines con boquete estás de suerte.

“Los calcetines también” Te dice la señora con bigote. “¿Los calcetines?” Preguntas, incrédula. “Los calcetines”. “¿Qué coño espera esta tía encontrar en mis calcetines?” Te preguntas, pero obedeces y te quitas los calcetines en una exibición sin precedentes de malabarismos y contorsionismos.

Por fin la señora te deja pasar, descalza y humillada. Pero, ay de tí, otro señor te detiene un poco más adelante y te pide que abras tu bolso de mano. Para entonces ya es la hora de embarque y empiezas a ponerte un poco nerviosa, pero te acuerdas del pobre señor que la policía mató hace bien poco en Canadá a base de descargas eléctricas y decides mantener la calma... Abres tu bolsa de mano y el señor observa tus cosas detenidamente y con el ceño fruncido. Cuando por fin parece que te lo va a devolver, su mirada se posa en el interior de tu neceser, introduce sus dedos indolentes en su interior y, muy despacio, extrae tus pinzas de depilar. “No puede viajar con esto” “¿¡?!” Careces de palabras. “Tendría que haberlo facturado, señora (odio lo de “señora”), no puede viajar con objetos punzantes ni cortantes” Te explica. Atónita, sólo aciertas a asentir con la cabeza, colocar de nuevo el contenido de tu bolsa de mano (porque el señor revuelve, pero no te vayas a creer que te lo ordena otra vez), cerrarla, regalarle al tipo las pinzas de depilar y alejarte de allí, descalza, lo antes posible.

Cuando llegas, in extremis, a la puerta de embarque te encuentras un cartel que reza: “Retrasado” y parece que te lo dice a ti.

El día menos pensado volaremos todos en pelotas, de pié y atados de pies y manos...

viernes, 16 de noviembre de 2007

EL SISTEMA



Mi banco, pese a que asegura, jura y perjura que quiere ser mi banco, ha decidido que un buen método para asegurarse mi fidelidad y felicidad puede ser lo que se conoce como terapia inversa. Ha decidido que el maltrato puede ser una vía para mantenerme como cliente. Y lo peor, y esto es enteramente culpa mía, es que lo viene consiguiendo.

Resulta que soy la única persona que conozco que no puede operar por internet. Algunos me diréis que operar por internet es un proyecto que me viene grande, pero no. Os digo que no es culpa mía, no esta vez... Ejem, está bien. Reconoceré mi parte de culpa en todo este embrollo:

Cuando me hice mi cuenta bancaria en el Santander, allá por 1999, me mandaron un sobre “supersecreto”, como los de las nóminas, con mi firma electrónica. Digamos que yo, en aquel entonces, era de lo más ignorante que se despachaba en el tema informático. Lo más cerca que había estado de internet era en la clase de informática de la facultad. Una habitación con una veintena de ordenadores que hacían ruidos horrorosos y tardaban una eternidad en conectarse a internet. Un internet que tardaba horas en cargar la página de hotmail y donde todo intento de crear una cuenta de correo era sistemáticamente abortado por una oportuna caída de la conexión.

Ni que decir tiene que hice una metódica bolita con mi firma electrónica y la encesté limpia en la basura (entonces tampoco reciclaba y además el baloncesto no se me daba mal del todo).

Años más tarde (entiéndase el año pasado) nació de pronto en mi el deseo de operar por internet. Al poco, el deseo era más fuerte que yo. Quería hacer una transferencia por internet más que ninguna otra cosa en el mundo.

De acuerdo, puede que esté exagerando, pero lo importante es que cuando se me antojó útil el invento, no tenía los medios para utilizarlo.

Quiero hacer incapié en que mi banco no me explicó apropiadamente la utilidad de la firma electrónica en su momento y, por tanto, tampoco era realmente consciente de que aquella bolita de papel que había tirado años atrás era una herramienta imprescindible para mis propósitos.

Lo intenté. Vive Dios que lo intenté, intenté operar por internet sin firma electrónica por activa y por pasiva, pero fue inútil. Ahórrense los esfuerzos, no se puede.

De modo que un día llamé al banco (A la “Superlínea”, sí) y el operador me dijo que yo misma había bloqueado mi propia clave debido a un mal uso de la misma. “¿Mal uso?” Pensé yo. “¡Pero si ni siquiera la he usado!”. El operador no entendió o no quiso entender mi fino sentido del humor y me dijo que teníamos que cambiar mi clave. “Muy bien” dije yo, “Cambiémosla. ¿La puedo elegir?”.

Si hubiera podido ver la cara del tipo, apuesto a que le habría visto enarcar las cejas atónito: “No, señora Paniagua, no puede” (Odio lo de señora). “Vaya ¿Y cómo la cambiamos entonces?” Pregunté. “Se la haremos llegar a su domicilio”.

En este punto cometí otro error imperdonable que subrayo para que todos os podáis beneficiar de mi experiencia: Me pudo la impaciencia. Quería mi firma electrónica y la quería ya. Presioné y presioné al operador hasta que accedió a realizarme un test para verificar mi identidad y poder facilitarme mi nueva firma. Hasta aquí todo bien: Nombre, DNI, dirección y por último, número de cuenta. Si no te sabes tu número de cuenta (cosa comprensible debido a la “pechá” de números que son), no pasa nada, se procede a realizar otras preguntas que suplen tu ignorancia: saldo en la cuenta, recibos domiciliados y otras que ahora no recuerdo. Si aciertas todas (por que esto es así, si eres como yo puedes acertar como puedes fallar todas sin pestañear) el operador te habla en el tono rígido del que lee un papel oficial y a continuación te pone una grabación que te dice un número que es, de hecho, tu nueva firma electrónica.

Bien, no voy a entrar a cuestionar si el sistema es seguro o no. No voy a entrar a cuestionar que esa grabación la puede escuchar el operador o cualquiera, ni siquiera voy a cuestionar si alguien puede ver mi firma antes de enviármela a casa en un sobre “supersecreto”. Ni lo cuestiono, ni lo se ni me importa. Total, para lo que tengo en el banco...

Lo que quiero destacar en este, mi post, es que la firma que me proporcionó el operador nunca funcionó.

Pronto entendí mi error: Al presionar al operador para que me diera mi firma por teléfono y no por la vía ordinaria (el correo ordinario, antiguo, del Zar) algo había fallado.

Al principio pensé que era culpa de “elSistema”. “elSistema se ha olvidado de registrar mi nueva firma”, pensé. Si es que las nuevas tecnologías no dan más que problemas...

Pero un día, un día cualquiera, de pronto se me ocurrió algo. Algo que había pasado por alto la primera vez. Algo que empezó siendo una ligera comezón pero acabo siendo un grito en mi cerebro:

El Sistema (todos los “elSistema” del mundo) van a su ritmo y tienen sus cosas, sí. tienen las manías heredadas de sus programadores, que no son pocas, pero hay algo más importante que conviene subrayar:

Ninguno de los operadores del universo (ninguno) sabe cómo funciona “elSistema”. Les han dado un curso de tres días (con suerte) que sólo se puede aprobar. No se conoce caso de ninguna persona que haya suspendido uno de estos cursos. Al cuarto día el operador es abandonado a su suerte con una nueva camada de 200 operadores más y un supervisor para todos ellos. El supervisor no es más que el que ha sobrevivido de la camada anterior. No tiene más conocimientos que sus pupilos. A lo sumo conoce un par de trucos o es el que autoriza a otro operador para reiniciar su ordenador cuando “elSistema” se cuelga.

Fue mi operador el traidor, el que no supo cómo se continuaba aquella acción. Despues de soltar al cliente la grabación le tienes que dar al botón “registrar nueva información”, gañán.

De todo esto tuve la prueba tangible cuando, al cabo de un tiempo, llevada nuevamente por el impulso de “operar por internet” llamé otra vez a la “Superlínea Santander”. Un nuevo operador atendio mi llamada. Le conté lo de mi firma electrónica (versión resumen) y me dijo que, efectivamente, estaba bloqueada por un mal uso de la misma.

Queriendo evitar tropezar dos veces en la misma piedra le pedí al tipo que me la enviara a casa. “De este modo no puedo fallar”, pensé. Pero, ay, qué equivocada estaba... La nueva firma electrónica nunca llegó a mi hogar... El nuevo operador había vuelto a olvidar cerrar la operación. Había olvidado pulsar el botón “guardar” o “enviar” o lo que quiera que sea que ponga en el dichoso botón...

A veces pienso en intentarlo de nuevo, pero luego se apodera de mí la pereza... he perdido las ganas de “operar por internet”.

En otras ocasiones pienso en “elSistema” y, por una décima de segundo, siento lástima de él. Lo imagino incompleto, desestructurado y roto en sus entrañas, lleno de operaciones sin cerrar, sin acabar, lleno de “in puts” sin “out puts”.

Señores del Santander, el día menos pensado me armo de paciencia y lo vuelvo a intentar.

lunes, 12 de noviembre de 2007

SISTEMA DIGITAL




Me cuenta mi amiga B, que hasta hace unos meses vivía conmigo, que desde que se mudó echa de menos algo más que mi presencia. Echa de menos tener algo que ver en la tele cuando llega a casa.

Recién mudada, no tiene ordenador, ni dvd, ni conceptronic (disco duro-player) ni nada.

Cuando vivía conmigo, además de todos estos trastos que tengo yo, ella tenía contratado Canal Satélite Digital.

Yo, personalmente, nunca encuentro nada que ver en estas plataformas, pero ella sí tiene buena mano para localizar algo, cuando menos entretenido...

El caso, y sin ánimo de alargarme demasiado, es que cuando se mudó decidió llevarse con ella el Canal Satélite Digital. “¿En qué hora?” se pregunta ahora.

A sus peleas con los de la tienda de muebles, con los de la caldera, con los de la pintura... tiene que añadir ahora una nueva lucha encarnizada con contestadores y operadoras con el fin de poder disfrutar de nuevo de algo que, por otra parte, no han dejado de cobrarle.

Más o menos la cosa es como sigue: Ella llamó para informar de que se mudaba y de que deseaba llevarse el Canal Satélite Digital a su nueva casa. Le dijeron que sólo por ese gesto le iban a cobrar 100 euros (16.000 pelas de las de antes).

Si te das de baja y te vuelves a dar de alta en tu nueva dirección te sale más barato. Primer error ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo es posible que darte de baja y volver a darte de alta sea más barato que trasladar el domicilio del cliente?

Por fin decide pagar y callar para ahorrarse papeleo e incomodidades, pero les pide a los señores de Canal Satélite Digital que, por favor, le pasen las facturas a una cuenta nueva.

Hoy por hoy tiene el aparato en casa, pero no puede ver nada porque no estaba hecha la instalación de la antena. No obstante, la factura continua llegando puntualmente... ¡con cargo a la cuenta antigua!

Cuando ha informado a Canal Satélite Digital de este particular, la operadora le ha dicho que lo normal es que se siga cobrando el servicio aunque éste no se esté prestando en absoluto.(¿Eso es lo normal?) Que lo que tiene que hacer es reclamar la devolución del importe de los meses en los que no se ha disfrutado del producto... una vez lo haya recuperado, entonces y solo entonces. ¿Paradójico, no?

Pregunto: Si ustedes no prestan el servicio que les he contratado ¿Qué les hace pensar que me pueden cobrar el producto? Si yo no puedo disfrutar de lo acordado ¿Por qué esperan que yo siga pagando?

“Cuando usted recupere el servicio es cuando puede reclamar los meses que no ha disfrutado” Te dicen. “Ah” Piensa una, ingénua “¿Y no sería más fácil que no te cobraran hasta que recuperara el servicio?”

“Piensa mal y acertarás” Dice mi madre. Efectivamente, hay mucha gente que, por pura pereza (irreprochable, por otra parte, porque hay que armarse de paciencia zen y de un cuchillo entre los dientes para animarse a poner una reclamación). Hay mucha gente, digo, que por pura pereza, no reclama, lo deja estar, mientras compañías como Canal Satélite Digital se siguen llenando los bolsillos a base de no prestar servicio, a base de incumplir los términos del contrato. ¿Cuándo ganan más? ¿Cuando cobran por haber prestado un servicio o cuando cobran por no haberlo prestado? A mi me parece que cuando cobran por no hacer nada.

Para colmo, al otro lado de la línea, la operadora u operador, te miente: “¿A la cuenta antigua? Uy, pues el sistema se debe de hacer equivocado...”
Yo creo que se está limando las uñas mientras te dice esto. Es un cliché, lo se, pero sabe perféctamente que no va a vover a hablar contigo nunca. Sabe que, cuando llames de nuevo, un poco más enfadado, será otro el que te atienda. Otro que, a su vez, piensa igual que el anterior.
“No, querid@” piensas “Lo que ocurre es que tu compañero o no sabe o no quiere introducir los datos en el sistema, como estoy segura de que a tú tampoco...”
Eso por no dudar de que haya un sistema en absoluto...

miércoles, 7 de noviembre de 2007

ESTE TREN NO ADMITE VIAJEROS



Se ha formado un revuelo tremendo en Barcelona debido a las suspensiones, cortes y retrasos que están sufriendo los usuarios del Cercanías de la Ciudad Condal.

Pues bien, yo quiero dejar aquí constancia de las suspensiones, cortes y retrasos que sufrimos los usuarios madrileños sin que los medios se hagan demasiado eco de la noticia.

No es de ahora, no es nuevo el problema, pero es como las almorranas del madrileño: lo sufrimos en silencio, con resignación y mucha bilis contenida.

Para empezar, sin entrar aún siquiera en el mundo del retraso por sistema, una pequeña odisea para abrir boca: la búsqueda del único lector de billetes que funciona (en una fila de ¿once? ¿doce? máquinas) Además, el sistema suele ser de “ensayo-error” porque hasta que no metes el billete y éste sale propulsado hacia atrás varios metros nada indica que la máquina no funciona. Siguiente máquina, lo mismo. Y tu, venga a correr a por tu billete, tirándote por el suelo y tratando de evitar que se vaya pegado a la suela del zapato de algún viandante...

Si tienes una buena mañana puede que consigas entrar al cuarto intento sin haber tirado el libro, el monedero y el bolso sucesivamente en cada una de tus sentadillas para recojer el billete.

Pregunto: ¿Tan difícil es el mantenimiento de estas máquinas del demonio? ¿Tan difícil es que, cuando están estropeadas (fuera de servicio) no propulsen tu billete al espacio exterior? Propongo: que reemplacen todas las máquinas, que no le hagan más pedidos a la empresa que fabricó estas y que las de ahora las coloquen en la boca del infierno.

Sin embargo, también puede pasar que tengas una mala mañana... puede pasar que después de agacharte cuatro veces a recoger tu tiket, des con la máquina que está en servicio y que, maldición, las puertas no se abran. Puede pasar que la máquina que funciona propulse igualmente tu billete varios metros hacia atrás y que en el letrero luminoso (si los astros se han conjurado para que éste funcione) aparezca el siguiente texto: “billete defectuoso”.

Obvio. ¿Cómo esperan que mi billete siga en buen estado después del tute que le hemos dado? Esperanzado, porque eres así de memo, acudes a uno de los empleados de Renfe que pululan por la estación para solucionar los problemas del usuario.

TU: Disculpe.
EMPLEADO RENFE: ... (mirándote de hito en hito como diciendo “¿es a mi?”)
TU: (Mostrándole el billete) Es que la máquina me dice “billete defectuoso”.
ER: (Mirando tu billete) ¿Qué billete es ese?
TU: ¿Cómo que qué billete es?
ER: Que qué billete es ese (Te vuelve a preguntar con las mismas palabras como si la pregunta fuera obvia.)
TU: (Con cara de póker) ...mmm el mío... mi billete de Renfe... El de Cercanías... (Como no sabes qué te está preguntando exáctamente, le pegas a todos los palos...)
ER: (Con un gesto que indica que está perdiendo la paciencia te quita el billete de las manos y lo estudia atentamente) Ah, un “Bonotren”.
TU: (Estupefacto) ... si...
ER: (Devolviéndote el billete con impaciencia y gesto resuelto) Como diciendo “mira el tiempo que me estás haciendo perder”, casi te escupe: Tienes que ir a la taquilla del fondo
TU: (Buscando la taquilla del fondo con la mirada) ¿Cuál? (Esta pregunta ya se la haces con ojos implorantes)
ER: (Señalando la taquilla que hay en el medio del recinto, de la que sale una extensa cola de gente de la única ventanilla operativa, insiste) La del fondo.
TU: (Tentando a la suerte, señalando el letrero luminoso que dice que falta un minuto para que pase tu tren, porque, no lo olvidemos: tu estás aquí para coger un tren) ¿Y tengo que hacer la cola? Es que queda un minuto para que pase mi tren.
ER: (Con desprecio) Si.
TU: (Con cara de gilipollas, con tu billete pagado y defectuoso debido al maltrato diario y sistemático al que le han sometido las máquinas de Renfe) ¡Ah! O sea ¿Qué tengo que perder el tren? ¿No hay una forma más rápida?
ER: No. (Mirando a la cola) Si queda un minuto para que pase tu tren lo más probable es que lo pierdas.
TU: (Mirando a la cola, piensas: “No jodas”) ...

Con lo que te vas a la cola con tu billete defectuoso en las manos como si fuera un familiar enfermo... Hay, al menos, cuatro ventanillas más. También hay, al menos, dos taquilleros más dentro de la pecera. Mantienen una animada conversación detrás del taquillero que está trabajando. En el resto de las ventanillas cuelga un cartel: “Ventanilla sin servicio”.

Al cabo de doce minutos entras triunfante en el área de andenes con un flamante billete nuevo (no sin antes haberlo recogido tres veces del suelo, una por cada máquina “fuera de servicio” que has probado). Por supuesto, has perdido tu tren. Tendrás que esperar al siguiente.

Pero si piensas que tu aventura acaba aquí, que pronto estarás sentado cómodamente en una silla con tres chicles fósiles pegados al asiento, te equivocas.

Al cabo de diez minutos de espera, en el rótulo luminoso aparece el siguiente texto: “Próximo tren sin servicio. Este tren no admite viajeros”. El rótulo permanece pasando de derecha a izquierda durante varios minutos hasta que aparece el citado tren, que se detiene, que abre las puertas, que está varios minutos más detenido, en el que algunos despistados entran y miran a su alrededor desorientados, sin duda pensando “¿Por qué no sube nadie más?”. Son viajeros primerizos. Yo siento mucha lástima por ellos, porque si ya es difícil cuando eres el Ninja del Cercanías no quiero pensar cómo será para un primerizo. Estoy convencida de que más de uno queda atrapado en sus redes durante semanas.

Pregunta: Si los señores de Renfe no cumplen el contrato que contraen contigo cuando compras el billete, si nada funciona, si los trenes no pasan y si los empleados te desprecian ¿Cómo es posible que no tengamos derecho a la devolución del importe? ¿Cómo es posible que tengas que demostrar que el tren pasó con MÁS DE UNA HORA de retraso para que te devuelvan el dinero? ¿Estamos sugieriendo que los retrasos inferiores a una hora, repito, UNA HORA, no tienen importancia y al viajero no le suponen ningún trastorno?

Señores de Renfe, cada vez que pierdo un tren por culpa de sus máquinas y de sus empleados, cada vez que sus trenes se retrasan, yo pierdo la lanzadera que me lleva a mi trabajo y tengo que coger un medio de transporte alternativo. Un medio de transporte alternativo que me cuesta un euro con quince céntimos cada día. Por no hablar de falta de puntualidad en el trabajo u otras molestias que puedan causarme.

Pero no tengo derecho ni a la devolución del importe ni a que me cubran los gastos que a mí me ocasiona su absoluta falta de profesionalidad.

Señores de Renfe, me están estafando.

lunes, 5 de noviembre de 2007

MATRIX FUERA DE SERVICIO




De un tiempo a esta parte me vengo haciendo ciertas preguntas, me vengo dando cuenta de algo, vengo sospechando y me siento un poco como si estuviera despertando, como si estuviera abriendo los ojos a una realidad cruel y despiadada, como si una lucidez desconocida se estuviera apropiando de todo mi ser...
Si; un poco como Neo, como si Matrix ya no tuviera secretos para mi.

¿Estamos realmente ciegos a lo que está pasando a nuestro alrededor? A diario dejamos que absolutos desconocidos se tomen la impune libertad de maltratarnos, de vapulearnos y de insultarnos.

Empresas, empresarios, tenderos, dependientas, autobuseros, fontaneros, camareros... el sector servicios se desmorona delante de nuestras narices en Madrid y, lejos de ofrecer servios mejorados y actualizados, se han erigido en dueños y señores de esta ciudad despreciando al cliente, cada día más impotente, con menos voz y con menos voto.

¿Cuándo fue la última vez que tuviste que tragarte tu bilis cuando el de la caldera, el fontanero, el electricista te dio un plantón de varias horas cuando no de un día entero o (no quiero ni pensarlo) de todo un fin de semana? ¿Cuándo fue la última vez que el dependiente de una tienda te ninguneó, te miró por encima del hombro y te trató con profundo desprecio? ¿Cuándo fue la última vez que le gritaste a un contestador automático con menú?

¿Cuándo, en definitiva, el sector servicios se sintió todopoderoso y decidió pisotear al otrora todopoderoso cliente? ¿Dónde quedó aquello de “el cliente siempre tiene razón”? ¿Dónde el mimo y la atención personalizada?

Este es el tema que propongo en este blog. Clientes del mundo (y en particular de Madrid), ¡uníos! Unid vuestras voces a la mía con la vocación de que, al menos en algún sitio, quede constancia de que no estamos ciegos, de que sabemos que nos manipulan aunque no podamos quejarnos adecuadamente...