viernes, 16 de noviembre de 2007

EL SISTEMA



Mi banco, pese a que asegura, jura y perjura que quiere ser mi banco, ha decidido que un buen método para asegurarse mi fidelidad y felicidad puede ser lo que se conoce como terapia inversa. Ha decidido que el maltrato puede ser una vía para mantenerme como cliente. Y lo peor, y esto es enteramente culpa mía, es que lo viene consiguiendo.

Resulta que soy la única persona que conozco que no puede operar por internet. Algunos me diréis que operar por internet es un proyecto que me viene grande, pero no. Os digo que no es culpa mía, no esta vez... Ejem, está bien. Reconoceré mi parte de culpa en todo este embrollo:

Cuando me hice mi cuenta bancaria en el Santander, allá por 1999, me mandaron un sobre “supersecreto”, como los de las nóminas, con mi firma electrónica. Digamos que yo, en aquel entonces, era de lo más ignorante que se despachaba en el tema informático. Lo más cerca que había estado de internet era en la clase de informática de la facultad. Una habitación con una veintena de ordenadores que hacían ruidos horrorosos y tardaban una eternidad en conectarse a internet. Un internet que tardaba horas en cargar la página de hotmail y donde todo intento de crear una cuenta de correo era sistemáticamente abortado por una oportuna caída de la conexión.

Ni que decir tiene que hice una metódica bolita con mi firma electrónica y la encesté limpia en la basura (entonces tampoco reciclaba y además el baloncesto no se me daba mal del todo).

Años más tarde (entiéndase el año pasado) nació de pronto en mi el deseo de operar por internet. Al poco, el deseo era más fuerte que yo. Quería hacer una transferencia por internet más que ninguna otra cosa en el mundo.

De acuerdo, puede que esté exagerando, pero lo importante es que cuando se me antojó útil el invento, no tenía los medios para utilizarlo.

Quiero hacer incapié en que mi banco no me explicó apropiadamente la utilidad de la firma electrónica en su momento y, por tanto, tampoco era realmente consciente de que aquella bolita de papel que había tirado años atrás era una herramienta imprescindible para mis propósitos.

Lo intenté. Vive Dios que lo intenté, intenté operar por internet sin firma electrónica por activa y por pasiva, pero fue inútil. Ahórrense los esfuerzos, no se puede.

De modo que un día llamé al banco (A la “Superlínea”, sí) y el operador me dijo que yo misma había bloqueado mi propia clave debido a un mal uso de la misma. “¿Mal uso?” Pensé yo. “¡Pero si ni siquiera la he usado!”. El operador no entendió o no quiso entender mi fino sentido del humor y me dijo que teníamos que cambiar mi clave. “Muy bien” dije yo, “Cambiémosla. ¿La puedo elegir?”.

Si hubiera podido ver la cara del tipo, apuesto a que le habría visto enarcar las cejas atónito: “No, señora Paniagua, no puede” (Odio lo de señora). “Vaya ¿Y cómo la cambiamos entonces?” Pregunté. “Se la haremos llegar a su domicilio”.

En este punto cometí otro error imperdonable que subrayo para que todos os podáis beneficiar de mi experiencia: Me pudo la impaciencia. Quería mi firma electrónica y la quería ya. Presioné y presioné al operador hasta que accedió a realizarme un test para verificar mi identidad y poder facilitarme mi nueva firma. Hasta aquí todo bien: Nombre, DNI, dirección y por último, número de cuenta. Si no te sabes tu número de cuenta (cosa comprensible debido a la “pechá” de números que son), no pasa nada, se procede a realizar otras preguntas que suplen tu ignorancia: saldo en la cuenta, recibos domiciliados y otras que ahora no recuerdo. Si aciertas todas (por que esto es así, si eres como yo puedes acertar como puedes fallar todas sin pestañear) el operador te habla en el tono rígido del que lee un papel oficial y a continuación te pone una grabación que te dice un número que es, de hecho, tu nueva firma electrónica.

Bien, no voy a entrar a cuestionar si el sistema es seguro o no. No voy a entrar a cuestionar que esa grabación la puede escuchar el operador o cualquiera, ni siquiera voy a cuestionar si alguien puede ver mi firma antes de enviármela a casa en un sobre “supersecreto”. Ni lo cuestiono, ni lo se ni me importa. Total, para lo que tengo en el banco...

Lo que quiero destacar en este, mi post, es que la firma que me proporcionó el operador nunca funcionó.

Pronto entendí mi error: Al presionar al operador para que me diera mi firma por teléfono y no por la vía ordinaria (el correo ordinario, antiguo, del Zar) algo había fallado.

Al principio pensé que era culpa de “elSistema”. “elSistema se ha olvidado de registrar mi nueva firma”, pensé. Si es que las nuevas tecnologías no dan más que problemas...

Pero un día, un día cualquiera, de pronto se me ocurrió algo. Algo que había pasado por alto la primera vez. Algo que empezó siendo una ligera comezón pero acabo siendo un grito en mi cerebro:

El Sistema (todos los “elSistema” del mundo) van a su ritmo y tienen sus cosas, sí. tienen las manías heredadas de sus programadores, que no son pocas, pero hay algo más importante que conviene subrayar:

Ninguno de los operadores del universo (ninguno) sabe cómo funciona “elSistema”. Les han dado un curso de tres días (con suerte) que sólo se puede aprobar. No se conoce caso de ninguna persona que haya suspendido uno de estos cursos. Al cuarto día el operador es abandonado a su suerte con una nueva camada de 200 operadores más y un supervisor para todos ellos. El supervisor no es más que el que ha sobrevivido de la camada anterior. No tiene más conocimientos que sus pupilos. A lo sumo conoce un par de trucos o es el que autoriza a otro operador para reiniciar su ordenador cuando “elSistema” se cuelga.

Fue mi operador el traidor, el que no supo cómo se continuaba aquella acción. Despues de soltar al cliente la grabación le tienes que dar al botón “registrar nueva información”, gañán.

De todo esto tuve la prueba tangible cuando, al cabo de un tiempo, llevada nuevamente por el impulso de “operar por internet” llamé otra vez a la “Superlínea Santander”. Un nuevo operador atendio mi llamada. Le conté lo de mi firma electrónica (versión resumen) y me dijo que, efectivamente, estaba bloqueada por un mal uso de la misma.

Queriendo evitar tropezar dos veces en la misma piedra le pedí al tipo que me la enviara a casa. “De este modo no puedo fallar”, pensé. Pero, ay, qué equivocada estaba... La nueva firma electrónica nunca llegó a mi hogar... El nuevo operador había vuelto a olvidar cerrar la operación. Había olvidado pulsar el botón “guardar” o “enviar” o lo que quiera que sea que ponga en el dichoso botón...

A veces pienso en intentarlo de nuevo, pero luego se apodera de mí la pereza... he perdido las ganas de “operar por internet”.

En otras ocasiones pienso en “elSistema” y, por una décima de segundo, siento lástima de él. Lo imagino incompleto, desestructurado y roto en sus entrañas, lleno de operaciones sin cerrar, sin acabar, lleno de “in puts” sin “out puts”.

Señores del Santander, el día menos pensado me armo de paciencia y lo vuelvo a intentar.

1 comentario:

Felix Felicis dijo...

Maja, no te lo pienses, pásate a la cuenta naranja!!!!!!