martes, 15 de enero de 2008

SIN BARRERAS


Una vez me dijo mi amigo S una cosa que, si bien al principio me pareció una tonería, tiene, cada día que lo pienso, más y más sentido.

S: “El mundo laboral funciona al revés de como debería funcionar”.
Pani: “¿Einh?”
S: “Te lo explicaré, amiga Pani. Los puestos laborales considerados más bajos deberían ser los considerados más altos”.
P: “¿Einh?”
S: “Santa paciencia... Por ejemplo, un obrero, un barrendero, un camionero o un autobusero, soportan grandísimas responsabilidades, además de riesgos laborales, que no están justamente consideradas, agradecidas ni pagadas”
P: “¿Einh?” (A veces me cuesta un poco)
S: “Joé, Pani, céntrate. Analicemos el trabajo de un autobusero. Un autobusero conduce, lo cual ya lleva implícito un riesgo que, en este país especialmente, es bastante alto.
P: “Cierto.” (La niebla empieza a disiparse en mi cerebro)
S: “Además, tiene la enoooorme responsabilidad de llevar varias decenas de vidas humanas en el autobús que él conduce”.
P: “Ahá”.
S: “Es como un piloto. Y si es como un piloto ¿Por qué el proceso de selección, así como el sueldo, no son como los de un piloto? Cualquiera puede ser autobusero. Basta con que te saques el carnet de autobusero. Pero llegar a ser piloto es muuuy difícil. ¿Por qué? ¿Por qué esa diferencia tan flagrante?”

Y lo mismo ocurre con el camionero. Su responsabilidad en la carretera es inmensa, directamente proporcional al tamaño y al tipo de mercancía que transporta. Deberían tener sueldos astronómicos, en consonancia con su responsabilidad, y un estricto control sobre sus horas de sueño, como los pilotos y los controladores aéreos.

¿Y los obreros? Los mismo que el propio arquitecto, si comete un error, una casa se puede venir abajo sepultando todo lo que haya dentro...

Y así podría seguir... Pero hoy quiero centrar mi atención en el autobusero. En el autobusero real, no el ideal.

De todos los autobuseros que conducen en nuestras ciudades y carreteras ¿cuántos lo son por vocación? ¿Cuántos disrutan con su trabajo? Y, sin embargo llevan sobre su espalda responsabilidades que sólo debería asumir alguien suficientemente motivado.

Me contó mi hermano que una vez, en un viaje de larga distancia en autobús, le ocurrió lo siguiente:

Era una de esas operaciones “salida” o “regreso”. Había atasco. El autobús pasaba por una carretera que cruzaba un paso a nivel. Avanzaban poco a poco, muy despacio.

Cuando le tocó el turno de pasar por encima de la vía, el autobusero no esperó a tener espacio suficiente para pasar de una vez. Avanzó un poco y cuando detuvo el vehículo, éste estaba completamente atravesado en la vía. Al cabo de un minuto o algo así empezó a sonar la campana que advierte de la bajada de barrera.

El autobús seguía atravesado en la vía y no tenía espacio para cruzar al otro lado. Tampoco podía dar marcha atrás porque los coches ya habían avanzado.

La barrera empezó a bajar y el autobusero, nervioso, empezó a tocar el claxon.

Los viajeros le pidieron al conductor que abriera las puertas, pero éste, que seguía pitando, no lo hizo. La barrera daba contra el techo y el lateral del autobús. Entre la gente, encerrada, empezaba a cundir el pánico.

Mientras, los vehículos de delante, girando y avanzando todo lo que podían, trataban de hacer hueco para el autobús.

Finalmente, con la barrera arañando el techo y el lateral del autobús, el conductor consiguió pasar metiéndose en parte en el arcén.

No hubo que lamentar ninguna tragedia, pero tampoco nadie denunció aquello. Un señor, que tenía a su cargo más de 40 vidas humanas, no sólo fue un imprudente, sino que, despreciando el código de circulación más básico, cometió un delito.

Puso en un riesgo innecesario la vida de todos los viajeros, y el hecho de que salieran de aquella situación ilesos no le resta gravedad a sus actos.

Lo más grave es que, a diario, profesionales de distintos sectores, ponen en riesgo la vida de otras personas desoyendo las normas más básicas de seguridad a través de imprudencias y faltas de responsabilidad social.

Cada vez que cojo el coche me encuentro con algún autobús que me embiste desde un ceda el paso, por ejemplo.

Mi amiga M, por otro lado, se queja de algo que todos hemos padecido en mayor o menor medida: El autobusero que cierra las puertas en las narices de aquel o aquella que se ha pegado tremenda carrera para llegar.

Conviene destacar aquí cierto ramalazo sexista: He visto a un autobusero esperar tranquilamente a que una señorita “de buen ver” alcance tranquilamente el autobús, o incluso volver a abrir las puertas que ya habían sido cerradas. Y he visto al mismo autobusero cerrárselas a otro chico o chica menos agraciada cuando llegaban jadeando debido al sprint final.

Sin querer hacer de esto una cruzada contra los conductores de autobús, debo señalar que su actitud hacia el viajero es un indicativo de su actitud hacia el trabajo: la desgana y la desidia conducen a la dejadez y a la imprudencia.

Volviendo a la idea descabellada de mi amigo S, termino diciendo que sí; que el acceso a determinados puestos de trabajo que consideramos fáciles o menores, debería estar controlado, vigilado, establecido y pagado en proporción directa a la responsabilidad que conllevan.

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