viernes, 19 de diciembre de 2008

NUNCA LLUEVE A GUSTO DE TODOS

Es cierto eso que dicen de que “nunca llueve a gusto de todos”.

 

Aclaro, lo primero, que soy uno de esos raros a los que les gusta el frío y la lluvia. Me encanta el sol, y lo necesito, pero si es con frío, mejor, porque, en realidad, lo que no aguanto es el calor.

 

Pero no voy a hablar del tiempo, como si fuera esto un ascensor, no, voy a hablar de la lluvia, y de lo peor de la lluvia: los paraguas.

 

Como digo, no me importa que llueva, me gusta. Lo que no soporto es ese invento del demonio llamado paraguas.

 

Nos escandalizamos porque en los States uno puede comprar un rifle en una panadería, pero no nos damos cuenta de que aquí mismo, en esta, nuestra España, las armas las venden los chinos a dos euros en las esquinas y a la salida del metro.

 

Vale, no son armas de fuego, pero nadie me negará que calificarlos de arma blanca no es errar demasiado...

 

Un paraguas cerrado es un palo con mango acabado en punta; o sea: una lanza. Una lanza que la gente lleva agarrado alegremente, balanceándolo incluso, de alante atrás, hasta que te lo clava en la espinilla.

 

Si esto resulta ya horripilante, un paraguas abierto es aún peor. Un paraguas abierto es la misma lanza, pero en este caso con la punta rodeada de entre ocho y doce lancetas, dispuestas en círculo y hacia afuera.

 

Ni a la mente más retorcida del ejército se le ocurrió nunca una idea tan aberrante, un mecanismo al tiempo de defensa y de ataque mortal. Un acorazado utilitario.

 

Si lo usaran en los campos de batalla, me parecería atroz, pero es que lo utilizan en las calles de las ciudades, ¡En las calles, señores! ¡Que hay niños!

 

Para colmo, el usuario común de este enjendro demoníaco no tiene ni puta idea de que lo que lleva en esa mano inconsciente es un arma de matar gente.

 

Caminan acorazados, debajo de la tela del paraguas, rodeados de pinchos con los que se abren paso entre el resto de los viandantes. No se molestan siquiera en mirar a quién abaten.

 

De pronto sientes un objeto filoso que lucha por penetrar en tu cráneo indefenso. Alarmado, te das la vuelta, y ahí está ella: la señora de ciento ochenta años, con su abrigo de piel y un paraguas del tamaño de una sombrilla de playa.

 

No vayan a pensar que por habernos dado la vuelta y haberla mirado con indignación estamos a salvo, nada más lejos.

 

Si no andamos con ojo, perderemos el idem. La señora seguirá intentando seguir por su camino, tiene un arma y tu eres un incordio. Ni levantará ni ladeará el paraguas en son de paz para que podáis seguir cada uno por vuestro lado. El paraguas se convierte en símbolo de poder y ella no dará su brazo a torcer. Si quieres salvar tu ojo, más vale seas ducho en el arte del cuello de goma. Un bamboleo rápido de cabeza a tiempo puede salvarte del pasado look pirata. ya saben, una retirada a tiempo es una victoria.

 

Pero no son sólo las señoras de 180 años. El número de descerebrados armados crece cada día y somos menos, cada vez, los inconscientes que nos tiramos a la calle sin un triste escudo...

 

Me declaro pacifista, y por tanto de la liga antiparaguas. Pacifista sí,  pero no tonta. Por eso propongo que les plantemos cara, que ya está bien, hagámosles ver que sus corazas no podrán con nosotros. ¡A las armas!

 

Propongo un paraguas sin tela (para qué las sutilezas: ¡Es la guerra!), la lanza y las lancetas, el palo y las varillas, y a ver quién puede más. El día menos pensado lo hago.

viernes, 7 de noviembre de 2008

INOPERANTES

Operadores se llaman, jajajaja... (Risa histérica)

 

Hace mucho, mucho tiempo, en 2006 concrétamente, la que suscribe cometió un error terrible; un error que pagaría cada uno de los días de los tres meses que siguieron.


¿El error? Intentar, inconsciente de mi, cambiar de operador, de Telefónica a Jazztel.

 

Yo pagaba mucho más que otros amigos y compañeros por una calidad de servicio que distaba poco o nada de la que ellos recibían de otros operadores.

 

Llamé a Jazztel, que por aquel entonces tenía una oferta tentadora, me informé de las condiciones, los términos y los precios e hice, inconsciente de mi, una grabación de voz autorizando a éste operador a llevar a cabo las gestiones y operaciones necesarias para realizar la portabilidad.

 

Portabilidad: dícese de coger tu número de teléfono y llevártelo, desairado, si es que procede, a otro operador, eah!.

 

Se ve que lo de la portabilidad les duele, que perder un número es casi peor que perder un cliente. Si te das de baja, si das de baja tu línea, les duele menos que si se la confías a otro operador.

 

¿En qué se nota? En que, pese a la manifiesta ilegalidad del asunto, los operadores entran en una guerra encarnizada que te deja a ti, cliente, en medio, desamparado y en un profundo estado de indefensión y desconcierto.

 

Comenzó con esta grabación de la que os hablo un calvario de tres meses indescriptible. Sólo aquel que lo ha vivido conoce el extremo de esta desesperación.

 

A la semana, más o menos, me quedé sin línea, es decir, sin teléfono y sin internet.

 

Al principio no me preocupé: Jazztel ya me había advertido de que en algún momento y durante un periodo corto, estaría sin línea.

 

Esperé unos días y, ante la ausencia de noticias, llamé a Jazztel. Subrayo: Llamé YO a Jazztel, y no al contrario. Jazztel en ningún momento hizo por ponerse en contacto conmigo.

 

Me dijeron que ellos no tenían nada que ver con el corte de la línea, que tenía que ser cosa de Telefónica y que, en ausencia de línea, no podían proporcionarme los servicios contratados.

 

Lejos de ofrecerse siquiera a solucionar ellos el problema (¿para qué narices había grabado yo mi voz diciendo que sÍ, que les autorizaba a todo lo que ellos quisieran y más, si luego me lo tenía que resolver yo, que era precisamente lo que yo no quería...?) me dijeron que lo tenía que gestionar yo.

 

Llamé a Telefónica, inconsciente de mi, y, tras sortear las pertinentes (o impertinentes) y descorazonadoras grabaciones de un menú absurdo, hablé con el primero de una larga y espesa lista de inoperantes operadores, telefonistas o comerciales, como se quieran llamar. Lo importante aquí es el adjetivo: inoperantes, ineptos, inútiles... Un muro infranqueable de ineptitud, ignorancia e indeferencia.

 

Este primer operador inoperante me pasó, casi sin pestañear y en lo que sería el comienzo de un circulo vicioso infinito, con incidencias técnicas, con el 1002.

 

Aquí el protocolo, me lo se de memoria, es como sigue:

 

Yo: No tengo línea

Operador Inoperante: ¿Cuántos aparatos telefónicos tiene en casa?

Y: Uno

OI:¿Ha probado a conectarlo directamente al PTR?

 

Inciso: Cuando has pasado por una experiencia traumática como la que estoy relatando, ya no se te escapa lo que es un PTR. El PTR es un cajetín que lleva el cable de teléfono a tu casa. En el cajetín hay una conexión en la que se puede introducir la clavija del teléfono directamente. De esta manera, si no tienes teléfono, pero aquí te da línea, significa que la avería la tienes en casa y que te va a costar como poco y por lo pronto 50 pavos en concepto de transporte. Vamos, que en lugar de un metrobús, el técnico se agencia un abono transportes cada vez que va a tu casa.

 

Retomo:

OI: ¿Ha probado a conectarlo diréctamente al PTR?

Y: Si

OI: ¿Y no tiene línea?

Y: No (Pensando “Mierda, ya me ha tocado un inútil”)

 

Llegados a este punto se puede decir que aquí termina el protocolo de atención al cliente en incidencias técnicas de Telefónica: “¿Ha probado en el PTR?” es todo.

 

A partir de aquí te preguntan tu nombre, apellidos, dirección... que yo me pregunto... ¿No se supone que los tienen ya? ¿Es que en Telefónica siguen trabajando con pedacitos de papel o post-it? Nombre, apellidos, dirección y... ¡¡Teléfono de contacto!! ¡¡Pero si no tengo!! Piensas... ¿Qué sucede si soy un sin-amigos, un solitario, un huraño y un ermitaño y no tengo móvil porque no me da la santa gana y lo único que tengo es un teléfono de mierda que me alquila (¡¡Me alquila!!) Telefónica y que ahora no funciona?

 

Sucede que te jodes.

 

Una vez le has dado tus datos, la conversación se da por terminada.

 

Al cabo de unas horas me llamó un tercer operador inoperante que me dijo que la línea de la que hablábamos ya no pertenecía a Telefónica, que pertenecía a Jazztel.

 

Atónita, cabreada e indignada, llamé de nuevo a Jazztel y descargué mi ira con otro, otro más, operador inoperante que aguantó el chaparrón y me dijo que no, que la línea no era de Jazztel, que era de Telefónica.

 

Aquí, y era pronto, ya se mi hizo un nudo en la garganta.

 

De nuevo llamé al 1004 y, de nuevo, sorteé, esta vez a gritos, las grabaciones del menú absurdo. Finalmente me atendió un ser humano tan inteligente como una grabación.

 

Le conté mi problema y me dijo que sí, que al él le constaba en el sistema (El Sistema... Un día deberían hacer una peli de terror psicológico con ese título) que la línea, efectivamente, era de Telefónica.

 

Le expliqué, con los restos maltrechos de mi paciencia, que en el 1002 me habían asegurado que la línea era de Jazztel.

 

“No, no, la línea es nuestra” me dijo, “Le voy a pasar con incidencias”. Y antes de que pudiera decir “Esta boca es mía” me había pasado con el 1002.

 

“¿Ha probado a conectar el teléfono directamente al PTR?”

 

“¿Están de coña?” Me pregunté...

 

Le conté mi problema y el operador inoperante me preguntó, impertérrito, mis datos y un teléfono de contacto.

 

Uno tiende a pensar que no están allí sentados, leyendo, haciendo un crucigrama o limándose las uñas mientras contestan mecánicamente a nuestras llamadas... uno tiende a pensar que toman alguna nota, que introducen en el maldito sistema algo de lo que les dices, aunque sólo sean tus datos y tu teléfono de contacto, pero no. Nos equivocamos. O el sistema es un sistema de post-it o es que pasan ampliamente de tu culo. Me inclino por lo segundo, aunque no descarto lo primero.

 

Cuando me llamó el inútil del 1002 para diagnosticar mi avería me dijo que la línea pertenecía a Jazztel. Le expliqué que acababa de hablar con un compañero suyo en el 1004 y que éste había comprobado en el sistema que la línea era de Telefónica.

 

OI: Pues aquí me consta que la línea es de Jazztel, y mientras sea así yo no puedo hacer nada. Tiene que llamar al 1004.

Y: Le estoy diciendo que he hablado con un compañero suyo en el 1004 y me asegura que la línea es de Telefónica.

OI: Pues yo no puedo hacer nada. ¿Le puedo ayudar en algo más?

Y: No. Me puedes ayudar en esto. Puedes hablar con el 1004 y aclarar esto.

OI: Lo siento, pero no tengo transfer directo con el 1004

 

Ni se lo que es el transfer directo ni me importa. La conclusión de todo esto es que había entrado en un bucle temporal, en una espiral sin sentido, en una pesadilla de la que no despertaría en mucho, mucho tiempo.

 

Cientos de inútiles después, siete u ocho al día, cada día de la semana, me llegó una carta de Telefónica: ¡¡Una factura!! Una factura en la que se me cobraba mi línea, mis llamadas y mi ADSL. No podía creerlo, no daba crédito.

 

¿Cómo era posible que estuvieran cobrándome los servicios cuando a) llevaba un mes llamando a diario para decir que no tenía línea y b) en el 1002, además, me aseguraban que la línea no era de Telefónica sino de Jazztel?

 

Llamé al 1004 por enésima vez, hecha un basilisco, y me dijeron, por enésima vez que la línea sí era de Telefónica y que por eso me había llegado la factura. “¡¡¡Pero si llevo un puto mes sin línea!!!”

 

“Dejo constancia de su reclamación para que le devuelvan el importe de la factura y le paso con incidencias en el 1002”

 

Por lo pronto ya sabía que me iban a seguir cobrando. Que tendría que ser yo la que llamase y reclamase para que me devolvieran el dinero. Y que, una y otra vez, siguiese la vía que siguiese, acabaría en el 1002 asegurando que sí, que había probado a conectar el teléfono directamente al PTR.

 

Todos los días, además, llamaba a Jazztel, desesperada porque eran ellos, y no yo, los que tenían que estar haciendo lo que yo estaba haciendo.

 

Unos días eran mejor que otros. Unos días me daba la risa floja; otros, la risa histérica; otros, chillaba e incluso insultaba... y otros llegaba al borde de las lágrimas. Me estaba volviendo loca.

 

Finalmente, en Jazztel, casi ni contestaban a mis llamadas... Yo creo que ya sabían quién era... los inoperantes reconocían mi voz, saltaban las alarmas, y nadie cogía el teléfono.

 

Un día, en mayo, alguien contestó a una de esas llamadas y me informó de que me había dado de baja. ¡¡¡¿¿Cómo??!!! Me dijo que YO había llamado y solicitado la baja del servicio con fecha tal de mayo a las tal horas y cual minutos.

 

Flipé. Era el colmo del absurdo. Primero, llevaba días sin que me contestaran al teléfono. Segundo, en ningún momento yo había hecho ninguna grabación de voz solicitando mi baja del servicio. Y tercero y más importante: ¿Desde cuándo es tan fácil que te den de baja de un sitio de estos?

 

¡¡Se lo habían inventado!! ¡Me habían dado de baja sin mi consentimiento! Exigí que me pusieran la grabación con mi voz pidiendo la baja. Por supuesto, no podían hacer eso...

 

El sentimiento de impotencia es indescriptible.

 

En Telefónica, por otro lado, seguía igual, reclamando las facturas, explicando que no tenía línea, asegurando que había probado en el PTR, dando mis datos y un teléfono de contacto un millón de veces al mismo departamento, escuchando una y otra vez el mismo sinsentido: Su línea pertenece a Jazztel. ¡¡¡Pero si me han borrado!!! Les gritaba ¡¡¡Me han borrado!!!

 

Al borde de la locura, de la pérdida de la razón, absolutamente desesperada e impotente, solicité a Telefónica de nuevo sus servicios. Llamadas nacionales y ADSL: 65€.  Habría pagado 150€ si me los hubieran pedido. Me había rendido. Habían ganado la batalla.

 

Solicité a Telefónica de nuevo sus servicios y ya nadie volvió a poner en duda que mi línea perteneciera a Telefónica. Curioso.

 

Lo más gracioso de todo esto es que ahora, dos años después, he vuelto a caer. He vuelto a tropezar con la misma piedra, inconsciente de mi...

 

He vuelto a grabar mi voz autorizando a otro operador, esta vez Orange, a realizar las gestiones oportunas para llevar a cabo la portabilidad de mi número.

 

Siete u ocho días después no tenía línea. La llamada de rigor a Orange dio el resultado que yo ya sospechaba: ellos no habían tenido nada que ver. La línea la había cortado Telefónica.

 

Me eché a temblar, me entraron sudores fríos y se me puso un nudo en la boca del estómago. Me volvieron todos los recuerdos de golpe... ¡¡¡Noooooooo!!! ¡¡¡Otra vez nooooooo!!!

 

Llamé a Telefónica y en el 1004 me pasaron con el 1002.

 

“¿Ha probado la línea en el PTR?”

 

Me pidieron los datos y un teléfono de contacto.

 

Al cabo de unas horas me llamó el inútil de turno. Yo ya anticipaba lo que me iba a decir, un escalofrío recorría mi espalda y podía oir esa voz cargada de instulticia decirme que mi línea pertenecía a Orange...

 

Para lo que no estaba preparada es para lo que realmente me dijo:

 

“Señora, aquí me consta que su línea pertenece a JAZZTEL”

“¡¡¡¿¿Cómo??!!! Miro alrededor, no se muy bien si buscando una cámara oculta o algo que me confirme que he viajado dos años atras en el tiempo...

“Si, señora, pertenece a Jazztel desde marzo de 2006”

“Pero vamos a ver” le digo “si yo llevo todo este tiempo recibiendo los servicios de Telefónica y pagando ¿me entiende? pagando los servicios a Telefónica ¿Cómo va a ser la línea de Jazztel?”

“No se, señora. Aquí me dice que la línea es de Jazztel y mientras diga eso yo no puedo hacer nada. Tiene que llamar al 1004”

 

De nuevo en el 1004, sorteando grabaciones de un menú absurdo, hasta que me atiende una de esas grabaciones humanas que llaman operadores. Este inútil me dice, de nuevo, y no se si percibo cierta sorna en su voz, que la línea, lo dice el sistema, es de Telefónica.

 

“¡¡Pues díselo a tus compañeros del 1002, coño, que parece que no se enteran!! ¿¿Habláis entre vosotros?? ¿¿Os comunicáis??”

“No, señora, no tenemos transfer directo con el 1002”

 

Otra vez me salen con lo del transfer. Soy un huracán de fuerza 5.

 

“Pues llama con tu móvil” le digo “que es gratis”

 

Por un segundo parece que ha dejado de limarse las uñas, la he desconcertado, pero se recupera rápido:

 

“Señora, no voy a usar mi móvil personal para llamar al 1002. ¿Le puedo ayudar en algo más?”

“¡¡¡NO!!! ¡¡¡ME PUEDES AYUDAR EN ESTO!!!”

 

E ignorandome a mi y a mi furia de fuerza 5 me dice “Le paso con el 1002”

 

“¿Ha probado a conectar la línea diréctamente al PTR?”

lunes, 27 de octubre de 2008

PSICOLOGÍA

José Ruiz es un chaval que tiene cáncer. Durante un año y medio tuvo hemorragias y varios médicos insistieron en que no tenía nada, en que eran hemorroides. Cuando se le diagnosticóo el cáncer ya era tarde.

 

Le sometieron a una intervención en el 12 de octubre. El cirujano, toda una personalidad en el mundo de la cirugía, conocido internacionalmente (en palabras de José Ruiz), acabada la intervención, le dijo: “yo te he curado”.

 

Cuando José Ruiz fue a ver a su oncólogo y le dijo lo que el cirujano le había dicho, su oncólogo le dijo “pero ¿Cómo? ¿Tú no sabes lo que tienes?” y le hizo un diagrama: Si A es vida y D es muerte, tu estás en C2, el último paso. Y con esto le dieron seis meses de vida.

 

A José Ruiz le han denegado una droga experimental porque, por su esperanza de vida, podría rebajar la cuota de éxito de la droga en su fase experimental. Bajaría la estadística.

 

¡Qué duro! Saber que hay una esperanza, una posibilidad, por remota que sea, de salvar tu vida cuando eres tan joven, y que te la denieguen para que no estropees una estadística...

 

La mujer de José Ruiz es brasileña y, allí, en Brasil, una abogada logró que le dieran ese tratamiento experimental. El tratamiento le dio tiempo y muchos efectos secundarios de toda índole. Entre ellos, una operación a vida o muerte, consecuencia de una suciedad intestinal gravísima.

 

En Brasil conoció la medicina antroposófica. Una medicina que conoce y respeta la medicina tradicional, pero que va un paso más allá. Sus médicos, formados en las facultades de medicina como los médicos convencionales, consideran al ser humano como un todo, no como la suma de las partes, y no conciben tratar el cuerpo sin tratar la mente, por ejemplo. Buscan la raiz de los problemas, de las enfermedades, al tiempo que las tratan con medicinas convencionales.

 

Hablando con los pacientes intentan determinar la causa del origen de la enfermedad, ya se trate de un catarro (una bajada del sistema inmunológico) o de un cáncer.

 

No se mucho, por no decir que no se nada, de la medicina antroposófica, pero desde hace tiempo vengo pensando que, pese a que soy una firme defensora de la sanidad en España, ésta adolece de algo esencial: psicología.

 

No puedo entender que tu oncólogo y tu cirujano no hablen entre sí. No puedo entender que tu oncólogo se sorprenda y te diga: “Pero ¿Cómo? ¿Tu no sabes lo que tienes?”. Pregunto: ¿No es tu oncólogo el que debería decirte qué te pasa, qué es lo que tienes, cuáles son tus opciones?

 

Me parece repugnante que tu médico, aquel en el que depositas tu fe y tu confianza, no te informe puntual y exhaustivamente de tus opciones. Me parece repugnante que en casos de enfermedades terminales nadie, nadie, se siente contigo para explicarte con sinceridad y con el tacto que esto requiere, qué es lo que tienes y qué posibilidades tienes.

 

Me parece repugnante que no puedas elegir porque no tienes el conocimiento, porque no sabes, porque tienes dudas, porque tienes fe. Lees tu informe y tratas de descifrarlo desesperadamente.

 

Ningún médico contesta a tus preguntas y, si lo hacen, lo hacen despreocupadamente y sin franqueza. ¿Dónde están, por ejemplo, los equipos de psicólogos de los hospitales? No hay comunicación entre departamentos.

 

Un oncólogo, tras recibir el informe de un caso difícil o terminal, debería llamar a un psicólogo (si él no se siente capaz), explicarle el infórme, informarle de las opciones y que fuera el psicólogo el que se sentara con el paciente o los familiares, una hora, dos o el tiempo que fuera necesario, para explicarles la situación, para contestar a sus preguntas y para resolver sus dudas.

 

No es justo que una persona sepa que se muere una semana antes de fallecer. No es justo cuando todo un equipo médico lo sabe hace más de un mes. No es justo que una persona no pueda elegir no recibir quimio, tratarse el dolor e irse a casa con su familia. No es justo que no tengas toda la información cuando se trata de tus últimos días y el tratamiento, agresivo y doloroso, no está destinado a salvarte la vida. No es justo que un equipo médico al que no conoces decida darte el tratamiento sin contar con tu opinión, con tu deseo. No me parece digno que uno no tenga nada que decir, que no se respeten sus voluntades en sus últimos días.

 

Y menos justo me parece que, a una semana de morir, en urgencias, la jefa de oncología, con desaire y bastante borde, te diga “pero tu ya sabes que te mueres ¿no? lo pone aquí, en el informe: tratamiento paliativo”.

 

La jefa de oncología, cuando ni ella ni nadie de su equipo te ha dicho nada en ningún momento, espera que tú leas tu informe y entiendas, sea cual sea tu clase y condición, la terminología empleada en un informe que se supone que tú ni siquiera tienes que leer.

viernes, 12 de septiembre de 2008

MIL QUINIENTOS EUROS


Quiero sumarme a la indignación, a la desconfianza y al desespero que ha causado la sentencia del Consejo del Poder Judicial al juez que dejó que el asesino de Mariluz estuviera en libertad cuando segó la vida de una niña y desgarró y dejó hecha jirones la de sus familiares.

 

El asesino había sido condenado y tenía que estar en la cárcel cuando le arrancó la vida a Mariluz, después de Dios sabe qué atrocidades.

 

El asesino no estaba en la cárcel porque el juez que le condenó no tramitó su entrada en prisión.

 

El responsable directo de la muerte de Mariluz es el asesino, por supuesto, pero hay otros responsables. Uno de ellos es el juez que cometió un error. Un error fatal que llevó a la muerte a una niña.

 

Los jueces tienen sueldos buenos. Muy buenos. Los tienen porque tienen responsabilidades muy grandes. Responsabilidades que yo no querría para mí. Ganan mucho dinero para asegurar su imparcialidad, para evitarles la tentación de ser comprados por cualquier desaprensivo con dos duros.

 

Los jueces asumen esas responsabilidades al aceptar su salario, y si, como ha ocurrido, por un error fatal de fatales consecuencias, un juez descuida sus responsabilidades ¿Qué hay que hacer?

 

El Consejo del Poder Judicial (atención a la palabra “Poder”. Es uno delos tres Poderes del Estado, que no es moco de pavo), el Consejo del Poder Judicial, digo, es decir: jueces juzgando a otro juez, dictaminan que éste ha cometido una falta grave.

 

De las palabras “falta grave” podría inferirse que, efectivamente se reconoce que este juez descuidó y no asumió sus responsabilidades (a pesar de seguir cobrando su sueldo millonario) y que es responsable también de la muerte de Mariluz.

 

Pero, paradojicamente, el castigo ejemplar que sigue a la catalogación de “falta grave” (con resultado de muerte de una niña, no lo olvidemos), el castigo ejemplar, digo, es una una multa de 1.500 euros.

 

1.500 euros.

 

El sueldo de un mes de un ciudadano de clase media “acomodada” (que me rio yo de la palabara “acomodada”). No quiero siquiera atreverme a pensar en lo que ganará al mes ese juez. Me parece obsceno.

 

Pero voy más allá: vamos a poner que un currito (no tan afortunado como el anterior) que gana 900 ó 1000 euros al mes para, porque no le queda más remedio, su vehículo en doble fila durante los minutos que le lleva bajar unas cajas del maletero y subirlas a su piso. Vamos a suponerle, además, el agravante de que  lo ha dejado nada más y nada menos que en el carril bus, causando con ello un grave trastorno a la circulación.

 

Esto puede suponer una multa de 300 euros. 300 euros. Una quinta parte de la multa que le han puesto a un juez por permitir que un asesino esté en la calle después de haber sido condenado (una vez más: con resultado de muerte de una niña, Mariluz.).

 

Y yo me pregunto ¿dónde está la proporcionalidad? Un indivíduo causa un daño grave a la circulación y tiene que pagar 300 euros. El otro indivíduo deescuida sus responsabilidades, de las que dependen en parte la vida y la esperanza y la fe de una sociedad democrática y su multa es únicamente 4 veces mayor que la del indivíduo que ha aparcado entorpeciendo el tráfico.

 

1.500 euros que, para colmo, y dado el sueldo de un juez, le hace cosquillas, le resbala, no le hace ninguna mella, ni económica ni moralmente.

 

1.500 euros con los que se salda la parte de responsabilidad sobre la muerte de Mariluz que recae sobre este juez.

 

1.500 euros manchados de un corporativismo y un amiguismo infames que son aún más graves en un Poder del Estado.

 

Y a nosotros ¿Qué nos queda? ¿Qué fe? ¿Qué confianza? ¿Qué hacemos? ¿Nos tomamos la justicia por nuestra mano? Yo, por lo pronto, voy a ver si encuentro mi cara, que se me cayó de la mismísima vergüenza ajena.

LA BOLA NEGRA


Entré a trabajar en la empresa hace casi dos años. La empresa está formada por capital de otras dos: una agencia de publicidad y comunicación y una empresa de servicios turísticos, una de las más grandes del país, para más señas.

 

Yo negocié mi contrato y mis condiciones con la agencia de publicidad, aunque el contrato lo firmé con la empresa de servicios turísticos.

 

Al cabo de dos años, el Tsunami Crisis se hace, como siempre que hay una crisis, aunque ésta sea “la del ladrillo”, palpable en el sector de la publicidad, el márketing o la comunicación. Sectores y departamentos que parecen prescindibles cuando no hay dinero.

 

Esto dice mucho de la salud del sector. Está considerado como un complemento, como un extra, dentro del mundo empresarial.

 

Por otro lado está el otro sector, el sector turístico, que es también de los que primero acusan una crisis cuando la hay. La gente, la gente como yo, la gente que tiene problemas para llegar a fin de mes, los que no llegan o los que están aún peor, que los hay, claro que los hay, no viaja en tiempos de crisis.

 

Y ahí estoy yo, contratada por una empresa que es mitad turismo, mitad publicidad.

 

Un día, nos llaman a los cinco que estamos contratados en la misma situación y nos dicen que la empresa echa el cierre en breve, pero que no nos preocupemos porque la agencia de publicidad va a hacernos el favor de nuestras vidas y nos va a contratar a los cinco allí.

 

A fin de cuentas, tres de nosotros trabajan físicamente allí y para clientes de la agencia que no son la empresa turística que nos contrata.

 

Nos hacen pasar uno por uno para hablar con personal, con recursos humanos de la agencia, y la misma persona con la que firmé el contrato hace dos años, la misma persona a la que le conté el infierno laboral del que acababa de salir, la misma persona que me dijo “eso no te va a pasar aquí”, esa persona me puso dos opciones por delante:

 

“Tienes dos opciones”, me dijo, “Opción A: acogerte a un despido de la empresa turística por la que estás contratada; y opción B: firmar una baja voluntaria en esa empresa y esta agencia de publicidad te contrata y nos comprometemos a mantenerte el neto de tu nómina”

 

“El bruto”, le corregí.

“No, el neto”, me corrigió.

“El bruto”, volví a corregirle.

“No, no, te mantenemos el neto”, insistió.

“Pero vamos a ver” le dije, respirando hondo, “Mi sueldo es el bruto, el bruto es lo que yo negocié cuando firmé el contrato.”

“La oferta que te hace la dirección de esta empresa es esa: Te mantenemos el neto”, me dijo.

“Y la antigüedad”, apunté yo, temiéndome ya lo peor.

“No”

“...” Con los ojos como platos.

“No, aquí nos comprometemos a respetar el neto de vuestras nóminas y lo que firmáis es un contrato nuevo, de cero, como si os contratase otra empresa cualquiera”

“Ya, pero es que no es una empresa cualquiera. Resulta que el dueño de esta empresa tiene acciones en la empresa que me contrata. El 50%, si no me equivoco”

“Tenía”

“¿Cómo?”

“Tenía. Pero yo no tengo que darte más explicaciones de la estructura empresarial del grupo. Esa es la oferta que te hace esta empresa.”

“Y yo quiero que en mi contrato se mantenga el bruto y la antigüedad, así como el resto de condiciones de mi contrato”

“Pero la oferta que te hace la dirección de esta empresa es esa”

“Bueno, pues entonces, yo firmo un contrato nuevo, pero una vez me haya despedido la empresa turística ¿no? Tengo derecho a indemnización y a paro... si va a ser como si me contratara una empresa cualquiera...”

“Esa opción no está contemplada. Si te acoges al despido, esta empresa no te ofrece la posibilidad de quedarte aquí. Sólo si firmas la baja voluntaria te ofrecemos un contrato en la agencia”

“Pero entenderás que ninguna de las opciones me convence. No me estáis dejando salida. Si firmo la baja voluntaria pierdo mi indemnización y mi derecho al paro”

“Yo lo único que puedo hacer es trasladarle a la dirección una respuesta”

“Pues hazlo, por favor; trasládale a la dirección de esta empresa que quiero que en mi nuevo contrato figure la antigüedad y que se me respete el bruto anual que negocié en su día”

 

Bien. Analicemos esto, porque no tiene desperdicio. El un lenguaje más llano y sin tapujos, la cosa es como sigue:

 

¿Prefieres quedarte sin trabajo e irte al paro con una indemnización por dos años de trabajo o tener trabajo hoy y que mañana te despida gratis? Pues francamente, las opciones no son muy halagüeñas...

 

Los cinco que estábamos en la misma situación hablamos entre nosotros y nos plantamos aquella misma tarde en que no íbamos a firmar una baja voluntaria si no se comprometían a mantenernos las condiciones de nuestros actuales contratos.

 

Al día siguiente por la mañana pasaron dos cosas. Yo recibí una llamada de mi jefe en la agencia de publicidad. El contenido de la llamada, textualmente, fue como sigue:

 

Yo: Cuéntame.

El jefe: Te ha tocado la bola negra. Ven a la agencia a firmar los papeles.

 

Atónita, primero por las maneras y segundo por el contenido, aquella tarde fui a la agencia a firmar mi finiquito y mi carta de despido. Ni lo uno ni lo otro estaban allí esperándome.

 

“Me los tienen que enviar los de recursos humanos de la empresa de turismo”, me dijo la de personal de la agencia. “Tardarán un par de días o tres”.

 

Mis compañeros, una vez allí, me contaron que habían tenido una reunión con el jefe del departamento (el de la bola negra) esa mañana y que éste les había dicho que el dueño de la agencia había llegado a un acuerdo con la empresa de turismo para que ésta no tuviera que asumir ninguno de nuestros despidos.

 

De modo que ahí estaba la causa. Ni una empresa ni la otra querían o podían asumir cinco despidos de golpe.

 

De ahí la estrategia sibilina. Debieron de pensar “si les ofrecemos un contrato, lo firmarán encantados, y una vez que hayan firmado, podemos despedir a dos otres, los que sobren, gratis”.

 

¿Y mi despido? Mi despido tenía dos motivos claros: el primero es que, de las dos personas que trabajábamos físicamente en la empresa de turismo, yo era la de menor rango y antigüedad. Si esta empresa iba a recortar presupuesto de manera drástica, la primera en caer iba a ser yo. Los otros tres, al fin y al cabo, estaban trabajando para otros clientes de la agencia.

 

Tengo que decir que ninguna de las dos personas que trabajábamos en la empresa de turismo lo hicimos de manera voluntaria. Nos tocó, y como nos tocó aquello, a mi me tocó la bola negra.

 

El segundo motivo de mi despido, desde mi punto de vista malicioso, fue desestabilizar al grupo. Infundir temor. Crear grietas. Y lo lograron. Uno de los cuatro restantes firmó la baja voluntaria y este gesto mínimo y comprensible (pues cada cual tiene sus problemas, conflictos e intereses) hizo que los tres restantes perdieran mucha fuerza.

 

En cuanto a mis papeles, como no estaban aquella tarde, al día siguiente por la mañana volví, desconfiando de que pudieran alegar abandono del puesto laboral y, encima, les facilitara un despido procedente.

 

La persona de recursos humanos vino a hablar conmigo.

 

“No tienes que volver, ya te hemos despedido”, me dijo.

“Ya, pero yo no tengo ningún papel que acredite el despido. No me voy de aquí sin mi carta de despido”

“Pero es que yo no te puedo dejar estar aquí”

“Y yo no me voy a ir hasta que no tenga la carta de despido”

“Pero si ya estás despedida”

 

“Pero de palabra, insisto, yo no tengo nada que diga que estoy despedida”

 

Curiosamente consiguió que los papeles, que iban a tardar dos o tres días la tarde anterior, llegaran aquella misma tarde.

 

Finalmente tres de nosotros han firmado o van a firmar próximamente la baja voluntaria, tras una semana de negociaciones muy tensa en la que han conseguido que el contrato nuevo  que firmen sea indefinido y tenga un blindaje de tres meses, con la condición añadida de que si son despedidos dentro de los seis primeros meses, la empresa se compromete a pagar su indemnización del contrato anterior. Un chanchullo, vamos, pero que les da cierta seguridad.

 

Primero quiero poner el acento en la supina torpeza de la dirección de la empresa, que ha conseguido con todo este asunto rastrero y con toda esta triquiñuela, tener a tres empleado desmotivados y en búsqueda activa de empleo.

 

Y segundo quiero manifestar una vez más mi asco, el asco que me produce la gente que aprovecha la crisis, la inseguridad, la inestabilidad, el miedo de los otros para ahorrarse un dinero, o peor aún: para robar un dinero que por derecho pertenece a sus empleados.

viernes, 29 de agosto de 2008

CERO RESÍDUOS


Una vez más, un interesante artículo que no precisa más comentarios:

EL PARAÍSO NIPÓN DEL RECICLAJE
Publicado en El País el 29 de agosto de 2008

Kamikatsu, un pueblecito perdido entre las montañas de la isla japonesa de Shikoku, se ha situado en la vanguardia del reciclaje en el mundo con una política revolucionaria: pretende eliminar totalmente los residuos para 2020. Desde 2002, cada vecino convierte su basura orgánica en abono y separa el resto en 44 categorías. Todo en sus propias casas, sustituyendo los camiones de basura y los contenedores por un único centro de entrega, la Academia Cero Residuos. Allí depositan su basura y aprenden a reciclar. Desde cómo separar las etiquetas de los envases a vaciar el líquido contaminante del motor de un coche. Para incentivarles se les regalan billetes de lotería y bonos de compra de alimentos.

 

La recolección tradicional de basura no es viable económicamente en una zona montañosa con casas dispersas, según Natsuko Matsuoka, la recién jubilada directora ejecutiva de la Academia. Por ello, esa tarea recae en sus 2.000 habitantes, que transportan en vehículos los desechos a este centro. Una parada que se incluye en la ruta de la compra, para no contaminar más, como asegura Matsuoka. A las personas que no conducen, los voluntarios de Recycle Kamikatsu les retiran los residuos. A ello se suma que cada hogar cuenta con un aparato (casi todos, subvencionados) que recicla la basura orgánica y la convierte en abono, reutilizable en sus abundantes huertas. "En un primer momento, me pareció un método engorroso, pero ya forma parte de mi rutina. Saber que los residuos que genero se reutilizan adecuadamente me motiva a respetar los consejos de clasificación", asegura Keiko Akiyama, de 45 años, madre y ama de casa.

 

Así, desde 2004 Kamikatsu ha reducido a la mitad la basura eliminada por combustión y elevado hasta el 90% los desechos reciclados, frente al 13% de media nacional en Japón. Y ello, a pesar de ser un país que entrega manuales de 30 páginas para explicar cómo separar correctamente los desechos, y en el que las botellas se tiran sin etiquetas, los briks, enjuagados, y la ropa, lavada y seca, se introduce en contenedores de ropa usada.

 

Todo comenzó en 2001, cuando un incinerador de basura, instalado en el pueblo en 1998, no pudo cumplir los niveles de control de dioxinas. El entonces alcalde decidió cerrarlo y, al darse cuenta de que el reciclado total costaba lo mismo o menos que la combustión, convenció al municipio para que adoptara el Proyecto Cero Residuos. A esta iniciativa pionera se sumó en marzo la de Oki, otro pueblo, en la isla japonesa de Kyushu, con un objetivo a más corto plazo: 2016.

 

Kamikatsu quiere extender esta práctica a todo Japón. Si esta labor de reciclado lleva a un cambio de hábitos de los consumidores, la de reducción de los desechos exige, afirman los ecologistas, un giro sustancial en la elección de los bienes a comprar y en la producción empresarial. Se trata, en suma, de reducir la basura. Kamikatsu renunció a las subvenciones estatales para levantar dos nuevas plantas incineradoras. Los ecologistas opinan que la iniciativa es encomiable, especialmente en un país que, aunque es considerado el paraíso del reciclaje, todavía incinera el 80% de la basura.

miércoles, 27 de agosto de 2008

HUNDIR LA FLOTA


Quienes me conocen saben que detesto volar. Lo odio, me da terror, pánico, un miedo atroz. Odio la sensación de no estar en tierra firme, de mirar por la ventanilla y ser consciente de que estoy volando. Os costará encontrar a alguien más “antiaviones” que yo.

 

Y sin embargo, viajo. Viajo en avión porque no quiero que un miedo, irracional como todos los miedos, me corte, precisamente, las alas. Viajo y seguiré viajando en avión.

 

Lo que quiero decir en este post tiene que ver otra vez con la irresponsabilidad y la falta ética y de profesionalidad de los medios de comunicación.

 

Me pregunto ¿Hay algo que le guste más a un mal periodista que la sensación de poder que le proporciona aterrorizar a toda la población? ¿Se trata de un juego, de un deporte...?

 

Desde hace una semana, desde el fatal accidente aéreo de Barajas, todos y cada uno de los días, hemos tenido que ver, oir o leer noticias relacionadas con otros accidentes aéreos.

 

Algunas han sido sobre trágicos accidentes con víctimas mortales, sí.

 

Otros no han sido accidentes aéreos. Muchos, ni siquiera incidentes. Se han dado noticias de retrasos, cancelaciones y anulaciones de vuelos por problemas técnicos o debido a las condiciones de la tripulación, que había rebasado sus horas de vuelo.

 

Este tipo de situaciones se dan a diario. A diario, en alguna parte del globo, se produce un aterrizaje de emergencia o una aeronave se ve obligada a regresar por la meteorología o por el fallo de algún sistema, etc. Sin víctimas, sin heridos y dentro de la normalidad.

 

De acuerdo en que la sensibilidad hacia los accidentes aéreos está a flor de piel, pero ¿Es necesario informar de que una sobrecargo de la compañía AirGómez de Kuala Lumpur se ha torcido un tobillo, generando con ello alarma y confusión?

 

Yo creo que no. Que la ética profesional y la responsabilidad deberían ser suficientes para advertir a un buen periodista de que no todos los aterrizajes de emergencia son noticia, como no lo eran antes del accidente de Barajas, a no ser que...

 

A no ser que se pretenda algo más que informar con ello... Piensa mal y acertarás, que dicen en mi pueblo. Pensando mal, pensando mal... el sensacionalismo vende. Aumentan las ventas de periódicos, aumentan las visitas en internet, aumentan los oyentes y los telespectadores, aumentan los billetes en sus bolsillos.

 

Pero ¿Qué ocurre con las compañías aéreas? Probablemente bajen las ventas (aún más en tiempos de crisis), tengan pérdidas y cancelaciones. Probablemente el miedo a volar se vuelva a notar. ¿Y qué pueden hacer las compañías aéreas sino contemplar cómo los medios les hunden el negocio?

 

¿Pasará la solución por que los medios de comunicación reciban un suculento cheque de las compañías aéreas? Yo ya no se qué pensar.

martes, 26 de agosto de 2008

EL GRITO


El sufrimiento humano ejerce sobre nosotros una fascinación malsana. Contemplamos las imágenes del sufrimiento sin poder apartar la mirada, con dolor, con impotencia o con asco, queriendo apartar los ojos y no pudiendo.

El asco no lo produce el dolor, sino quienes nos muestran el sufrimiento ajeno llenándose los bolsillos de espectadores, lectores o votantes.

Cada uno se lleva lo suyo. Nos imponen la visión tremenda de un dolor que no podemos imaginar (o si, y entonces es aún peor). Exponen a los más indefensos, a los más impotentes, a los que sólo tienen fuerzas para llorar a los suyos.

Los exponen como a animales enjaulados. “Mira, mira cómo es este sufrimiento. Mira cómo se comporta.”

Y así miramos, embobados, subyugados por ese dolor que se expresa en un grito o en el silencio, en las lágrimas o en la misma pérdida de conocimiento. En la desesperación y en la esperanza.

Me dan asco. Me da asco el cámara, probáblemente asqueado también de sí mismo, de lo que se ve obligado a hacer para dar de comer a sus hijos.

Me da asco el cámara que se atreve a encuadrar y a enfocar y a robar y a violar el dolor de una persona que se desespera, que no sabe, que busca, que se desconsuela, que intuye que lo ha perdido todo...

Pero me da más asco el director del medio. El editor, el director de informativo, que hace pasar esas imágenes por información.

Un hombre, una mujer, un padre, madre, hermano, tía, abuelo... sumido en la desesperación, llorando la incertidumbre, la sospecha de que su familia se ha desgarrado, no es información, señores.

Es una violación al más débil, al que ya no puede defenderse, al que ya no puede gritar “aparta esa cámara” porque sólo le queda un grito en el corazón y en la cabeza, y no es para este paparazzo, es para su hijo, para su hermana, para su padre...

Me da asco que me hayan impuesto estas imágenes allá donde mirara. En cualquier canal de televisión, a cualquier hora, en la tele del metro, en todos los periódicos, incluidos los que se vanaglorian de haber hecho una cobertura digna y correcta de esta tragedia.

Me da asco, por supuesto, la clase más baja y rastrera de nuestra sociedad hoy por hoy: la clase política, la que se reparte y se adjudica a los muertos, la que se achaca su cuota de dolor y la reclama como propia.

Señores, son ustedes basura. Pero no sólo ustedes. Ustedes son un baremo, un baremo que nos mide a todos. Qué asco.

viernes, 22 de agosto de 2008

AGUA


Un artículo muy interesante.

El agua, del grifo, y si es de Madrid, mejor:

ESTA POLÉMICA VA EN BOTELLA
Publicado en El País el 22 de agosto de 2008

La vida de Thomas Boone Pickens, un multimillonario que se ajusta al ideal de empresario hecho a sí mismo, está entre las favoritas de la prensa estadounidense. Forjó su fortuna hace medio siglo en las explotaciones petroleras de Texas. Con 80 años, sigue interesado en el subsuelo.

 

Sólo que ahora, en vez de reservas de oro negro compra reservas de agua. El multimillonario ha vuelto a poner el ojo en un negocio pujante, que tiene en la industria embotelladora a su máxima expresión. En una década, el consumo mundial de botellas de agua se ha duplicado. Pero, a una velocidad aún mayor, se suceden los llamamientos para restringir su consumo.

 

El petróleo y el agua embotellada rivalizan por ser la mercancía cuyo comercio genera más dinero en el mundo. En ambos casos, Estados Unidos es, de largo, el primer consumidor, con cuotas que superan el 23% y el 17%, respectivamente. Y es también en EE UU donde el reguero de críticas ha cogido la fuerza de un torrente. La primera andanada fue de las organizaciones conservacionistas. Según las estimaciones de Pacific Institute, se necesitó una cantidad de petróleo equivalente a 100 millones de barriles (el crudo que importa España en dos meses) para producir el plástico de todas las botellas que se utilizaron en 2006 en el mundo. Casi todas son de PET, del que en EE UU sólo se recicla un 14%.

 

Más madera verde. Earth Policy Institute hace hincapié en las distancias recorridas (y en el impacto ambiental del combustible gastado) para suministrar un producto que, en condiciones más que suficientes para su consumo, también se ofrece a través de las cañerías con un coste energético infinitamente menor.

 

El caso favorito de los ecologistas es el de Fiji Water, una marca con un meteórico éxito en Estados Unidos. Su botella cuadrada es un complemento habitual de los famosos, encandilados por su exotismo: el agua proviene de un acuífero bajo una tupida selva de esta isla del Pacífico de la que la compañía destaca que está a "cientos de kilómetros de distancia de cualquier continente". Aquí atacan las asociaciones ecologistas: para llegar a sus consumidores norteamericanos, las botellas deben recorrer una enorme distancia en barco, con el gasto en combustible que eso supone. Y, más grave aún, en esta recóndita isla del Pacífico, casi un tercio de sus habitantes no tienen acceso garantizado a agua potable.

 

Las protestas conservacionistas cogieron vuelo hace un año cuando la conferencia anual de alcaldes estadounidenses aprobó una moción para promover el consumo de agua de grifo. San Francisco secundó una decisión de Los Ángeles para prohibir la compra con dinero público de agua embotellada. Nueva York y Boston financian campañas para lavar la imagen del agua de grifo. Y Chicago ha establecido un impuesto de 10 céntimos de dólar (7 céntimos de euro) por botella para desincentivar su consumo. Una tasa ya recurrida por la patronal estadounidense.

 

"En España, la situación es muy distinta", opone Irene Zafra, secretaria general de Aneabe, la asociación nacional que representa al sector. "La inmensa mayoría del agua embotellada que se consume aquí es de producción local, no hay apenas importación, el coste de transporte es mucho más reducido", señala.

 

En Estados Unidos, más de un tercio del agua embotellada es, simplemente, agua del grifo, tratada o no; un negocio monopolizado por Nestlé y Danone, los dos líderes mundiales. En España, el 96% son aguas minerales naturales. "Lo que se está ofreciendo es un producto absolutamente natural, que no compite ni tiene que compararse con el agua de grifo", explica Zafra. La dirigente de Aneabe recuerda que "está prohibido" tratar el agua que se recoge del acuífero, que tiene que pasar 12 análisis al año, y aduce que su contenido en minerales es beneficioso para algunas dolencias.

 

En cuanto a los reproches medioambientales, la tasa de reciclado del plástico en España es mayor (32,5%) y Zafra subraya el esfuerzo de la industria por reducir el peso de las botellas (ahora son un 45% más ligeras que hace dos décadas) y, de esa manera, el coste energético del transporte. La dirigente de Aneabe recuerda además que otras bebidas incurren en costes similares o mayores, "cuando es mucho más saludable beber agua embotellada".

 

Pese a las críticas, el ritmo de expansión de la industria no decae. En 2007 se consumieron en el mundo casi 190.000 millones de litros, un 47% más que en 2002. España es el séptimo país en consumo por habitante, con 120 litros per cápita. "En la huelga de transporte de junio, lo primero que se agotó en los supermercados fueron las botellas de agua", recuerda Andrea Gambus, de Wawali, una empresa barcelonesa especializada en la distribución de aguas premium, las top-model del mercado.

 

"Con el agua, está pasando como ocurrió con el vino, hay mucho interés por conocer aguas con características muy singulares", comenta Gambus para glosar un fenómeno que ha dejado de ser noticia: en las cartas de los restaurantes más lujosos, se han hecho hueco aguas que provienen de un manantial bajo un volcán japonés (Finé), de la lluvia recogida en Tasmania (Cloud Juice), o filtrada de glaciares canadienses (Berg). Si el precio del agua mineral más común es entre 350 y 1.000 veces más cara que la que sale del grifo, en estos casos la comparación es disparatada. La botella de la marca estadounidense Bling, decorada con cristales de Swarovksi, pasa por ser la exclusiva del mundo: no se encuentra por menos de 35 euros, casi 40.000 veces más que el precio medio del agua en las ciudades españolas.

 

En España, las críticas apenas se han traducido en iniciativas concretas. La que abandera el Ayuntamiento de San Sebastián desde hace un año es la más llamativa. 70 establecimientos donostiarras se han adherido a su campaña para sustituir las botellas por agua de grifo en los menús. "Aquí el agua de la red es de altísima calidad. Nuestro objetivo es reducir en origen la producción de residuos", señala Victoria Iglesias, directora de medio ambiente de la corporación vasca.

 

"Queremos concienciar al ciudadano de la importancia de un consumo responsable. Es una solución más económica, más respetuosa con el medio ambiente", defiende Iglesias. El Ayuntamiento predica con el ejemplo: no se compra agua envasada y en las reuniones oficiales el agua, de grifo, se sirve en jarras.

 

"El consumidor debe tener en cuenta el impacto ambiental de una botella, pero en muchas ciudades el sabor del agua de grifo es muy malo", recalca Rubén Sánchez, portavoz de la asociación Facua. Es un mal generalizado en la costa mediterránea; en Barcelona, por ejemplo, se bebe más agua embotellada que de grifo, según la Agencia Catalana del Agua. "Hay que invertir más en los sistemas de abastecimiento", mantiene Sánchez. Otra opción contra el mal sabor son los filtros, una inversión que se amortiza en unos cuantos meses.

 

Pero para las asociaciones de consumidores, la principal preocupación es cómo la industria lleva al límite la publicidad. "Hemos denunciado casos en los que se juega con la idea de que el agua embotellada ayuda a adelgazar o que tienen propiedades, como la hidratación, que son comunes a cualquier tipo de agua, mineral o no", explica el portavoz de Facua. "Se ha devaluado la imagen del agua de grifo, cada vez da más apuro pedir un vaso de agua en vez de una botella en los restaurantes", opina Iglesias.

 

Pese a la iniciativa donostiarra, muchos hosteleros son reticentes a ofrecer jarras de agua. La explicación económica es obvia: en la venta de una botella hay margen comercial, el vaso de agua suele ser gratis. La Viña, asociación hostelera de Madrid, planteó hace unos meses que también se pudiese cobrar por el agua de grifo, una cuestión que, además de polémica, es compleja: las normas municipales dificultan la reventa del agua suministrada.

 

Las empresas también rechazan que el uso de acuíferos para envasar agua mineral ponga en riesgo el suministro público de agua. "Apenas usamos el 0,02% del agua subterránea en España", explica Zafra. "El consumo anual de agua mineral de un ciudadano español es equivalente a tres duchas", añade. Pero en Estados Unidos, donde el equilibrio entre poder público y la iniciativa privada es mucho más precario, ya ha habido problemas de suministro para localidades rurales que se abastecían de acuíferos explotados por embotelladoras.

 

Las denuncias ecologistas sobre problemas similares en países emergentes son habituales. En China, Brasil o Indonesia, el crecimiento del consumo de agua embotellada es vertiginoso. Pero también crece el número de personas que no tienen garantizado el consumo de agua potable. Según la Organización Mundial de la Salud, hay más de 1.000 millones de personas en esta situación. Para reducir a la mitad esa cifra antes de 2015, la ONU abogó por duplicar los 10.000 millones de euros que se gastan al año en sistemas de abastecimiento y alcantarillado. Muy por debajo de los 70.000 millones que se destinan a pagar botellas de agua en el mundo. Si hay un argumento común en los conflictos que se auguran para los próximos años, ése es el acceso al agua. En Tejas, la árida tierra en la que T. Boone Pickens se hizo rico, un dicho popular lo sintetiza así: "Para beber, whisky; para pelearse, agua".

lunes, 18 de agosto de 2008

CEREBROS


Ayer, 17 de agosto de 2008, como muchos sabemos (porque lo vivimos en carnes) convergieron la operación retorno de la quincena de agosto y el regreso del puente del mismo mes.

 

Cientos de carteles luminosos recordándonos que la velocidad mata, que tantos muertos el mismo puente el año pasado, que las colillas las tiremos al cenicero, que respetemos las señales...

 

Todo esto me parece bien, no voy a entrar en si estos letreros despistan más que otra cosa o no. Tampoco voy a entrar en si tienen alguna utilidad a la vista de cómo conducen algunos cafres (la mayoría, lo digo, al volante de un Audi o un Seat León -negro, para más señas-).

 

A las once y media de la noche el tráfico de entrada a Madrid por la A6 era denso, pero fluido. Parecía, por momentos, que íbamos a llegar a casa a la hora prevista sin atascos ni otros percances.

 

No fue así. Al desviarnos para tomar la salida de la M-30, y ya dentro de la salida, vimos un cartel luminoso con un mensaje diferente al resto: Carriles Izquierdo y central cortados.

 

La entrada a la M-30 se realizaba única y lentamente por el carril derecho, al que se iban incorporando todos los vehículos del tráfico denso que he mencionado.

 

Un accidente, pensamos. Ha tenido que ser gordo para que tengan cortados dos carriles... Prácticamente parados, avanzábamos metro a metro. Durante más de media hora todos nos acoplamos en una sóla fila, los que veníamos de los tres carriles originales y los procedentes de otras incorporaciones.

 

¿No les avisan de esto? A nosotros, desde luego, no nos han avisado.

 

Bueno, sí. Nos han avisado, pero cuando ya estábamos dentro. Demasiado tarde. Ahora te la comes.

 

Parecía que a los que se incorporaban les pasaba lo mismo. “Ha debido de ser ahora mismo, no les habrá dado tiempo de avisar antes”.

 

Armados de paciencia y resignación, seguimos avanzando, facilitando incorporaciones y viendo pasar a los cafres impunes por el arcén.

 

Al fin llegamos al presunto lugar del accidente. No quiero mirar, pero miro. Al principio me parece que están limpiando. “Ya están limpiando”, digo. Pero vuelvo a mirar y me doy cuenta; no doy crédito. No están limpiando: ¡Están asfaltando!

 

Estas cosas se suelen planificar ¿no? Por ejemplo, del 7 al 12 de agosto, asfaltamos el tramo tal de la carretera cual, que buena falta le hace.

 

¿A qué cerebro privilegiado se le ha ocurrido, entonces, que el domingo 17 de agosto, operación regreso en todo su apogeo, era una buena fecha para cortar dos (No uno, ¡Dos!) carriles de la entrada a la M-30 desde la A6?

 

Más de media hora de atasco porque sí ¿Tan necesario era asfaltar ese tramo ya? Yo utilizo esa salida a diario y, francamente, no lo creo.

 

Pero en todo caso, si es impepinable, si tiene que ser ya, cuando más molesta, sí o sí, me pregunto:

 

¿No se podía señalizar antes? En lugar de “no corras tanto”, en uno de los carteles podrían advertir: “Ojo, que la salida a la M-30 se realiza por un único carril” Antes, repito: Antes de entrar en la salida. Después, como si no me lo dices, ya me lo encontraré en algún momento...

 

Y aún más, puestos a cortar dos carriles, ¿Por qué no cortarla entera y señalizar una alternativa? Porque, que se sepa, esa no es la única entrada a la M-30 ¿verdad?

 

Y en una vuelta de tuerca más ¿Esta operación no se podía llevar a cabo a partir de las doce de la noche?

 

En fin, que igual estoy equivocada. Quiero pensar que en mi ignorancia no me doy cuenta de lo bien que ideó esta operación un funcionario inteligentísimo.

 

Que es mi cerebro el que no da para abarcar el impecable razonamiento de este zote.

lunes, 30 de junio de 2008

EL LADO HUMANO


Me veo en la obligación de hacer no una, sino dos, reseñas positivas. ¿Sobre qué? Nada más y nada menos que sobre dos compañías aéreas: Air Europa e Iberia.

 

Los que me conocen y me han leído saben de buena tinta el profundo rechazo que me producen los aviones en general, los aeropuertos y las compañías aéreas, pero en el último mes me he tenido que tragar mis prejuicios en dos ocasiones.

 

La primera fue hace casi un mes. Compramos un viaje a París con una oferta que regalaba el vuelo con la compañía Air Europa. Cinco noches en París nos costaron 250 euros por cabeza, vuelo incluído, en régimen de alojamiento y desayuno. Una ganga.

 

Bien, en mi despiste, al mirar la hora de salida del vuelo miré, en su lugar, la hora de llegada. De modo que, si el vuelo salía a las 12:40, yo vivía convencida de que la hora de salida eran las 14:40.

 

A la hora a la que el resto del pasaje estaba embarcando tranquilamente en nuestro vuelo, nosotros estábamos saliendo tranquilamente de casa.

 

Llegamos al mostrador para hacer el check in y el tipo, con gesto de alarma, nos dice “¡Pero este vuelo ya está cerrado! Vamos, de hecho, ¡ya ha salido!”

 

“¡No puede ser!” Le digo yo entre la histeria y la sorna. “¡El vuelo sale a las tres menos veinte!”

 

“No, señora, este vuelo sale, ha salido, a la una menos veinte; pero deje que mire si están ustedes en el vuelo de las seis y diez. A lo mejor ha sido un error de agencia”

 

H me miraba con los ojos como platos, incrédulo, sin poder articular palabra. Yo, para entonces ya sabía que no había habido ningún error de agencia. Miré de nuevo los papeles y allí estaba: hora de salida: 12:40. Se lo enseñé a H, que no daba crédito y le preguntamos al tipo qué podíamos hacer ahora...

 

Nos mandó al mostrador de RRPP de Air Europa, don de otro tipo nos informó de que este tipo de vuelos (no ya baratos, sino regalados) no admite ningún tipo de cambio o devolución y que lo único que podía hacer era ponernos en lista de espera para el siguiente vuelo, a las 18:10.

 

“¿Va muy lleno?” Pregunté

“Va llenito, pero el de las 20:00 tiene plazas de sobra. Si no es en uno, es en el otro:”

 

Sentí que volvía a la vida. Los señores de Air Europa no iban a dejar que nos volviéramos a casa con las maletas en la mano y la expresión más estúpida nunca vista en la cara.

 

Nos iban a regalar un viaje a París. No íbamos a tener que comprar otro vuelo, ni siquiera pagar un suplemento.

 

Le pedimos que nos pusiera en la lista de espera y nos dijo que volviéramos al mostrador de facturación para completar el trámite.

 

Cuando llegamos al mostrador de facturación, el mismo tipo de antes nos atendió:

 

“Su compañero dice que nos puede poner en la lista de espera para el vuelo de las 18:10” Le dijimos.

 

“Bueno, vamos a saltarnos la lista de espera, les asigno ya unos asientos y listo”

 

Casi se me saltaban las lágrimas. Nos íbamos a París a las 18:10 por cortesía de Air Europa, y encima nos pusieron en salida de emergencia, con un montón de espacio a nuestra disposición.

 

No puedo por menos que estarles etérnamente agradecida.

 

La otra anécdota, ésta sobre Iberia, sucedió ayer mismo. Mi padre, en una absoluta falta de fe en la selección nacional, había comprado un vuelo Santiago de Compostela - Madrid a la hora exácta de la final de la Eurocopa.

 

Como a Media Markt no se le ocurrió que España podía pasar de cuartos, mi padre no pensó, ni de lejos, que llegarían, y con opciones, a la final.

 

Recibí un mensaje suyo suplicando que encontrásemos a alguien que pudiera grabarle el partido.

 

El caso es que cambiar el billete resultaba imposible.

 

El vuelo tenía la salida prevista a las 20:40 y la llegada sobre las 21:40.

 

Sin embargo, hicieron un embarque rápido y el comandante les informó:

 

“Vamos a salir antes de la hora prevista y voy a llevarles a Madrid en 40 minutos para que puedan ver la segunda mitad del partido. Tenemos permiso de Barajas para aterrizar”

 

Efectivamente, salieron a las 20:30 de Santiago y a las 21:10 estaban aterrizando en Barajas. Para colmo, el propio comandante les iba informando de todo lo que sucedía en el campo.

 

Supongo que es de agradecer que un piloto o una compañía aéra se tomen las molestias necesarias para conseguir que un puñado de gente vea en casa la segunda mitad del acontecimiento del año. España, campeón de la Eurocopa 2008. Pudimos.

martes, 10 de junio de 2008

EL SHERIFF DEL TREN (II)


Si el miércoles 4 de junio nos sucedió lo descrito en la entrada anterior, lo que sucedió el jueves 5 en el mismo tren sí que es de traca.

En esta ocasión yo no estaba presente, pero me la han contado mis compañeros:

Subieron al tren, in extremis, como siempre, peleando por pasar sus billetes por las máquinas operativas, peleando por pagar un servicio a todas luces deficiente.

Subieron al tren y se encontraron, de nuevo, al Sheriff del tren. El revisor que el día anterior me había considerado afortunada porque no tendría que bajar con él en Príncipe Pío para demostrar que había pagado el viaje.

El mismo Sheriff estaba armando jaleo otra vez.

Esta vez había dado con un indivíduo que no había comprado el billete. Casi puedo verle frotándose las manos de placer...

El tipo le dijo que no había podido sacar el billete y que se lo pagaría en ese momento.


“¿No has podido o no has querido?” fue la respuesta cargada de ironía de el Sheriff.

“No he podido”

 

Bien, déjenme aclarar que si no pudo o no quiso, a mi me da igual. Yo me he colado a veces en el tren y he contado la misma historia, solo que entonces, el revisor se limitaba a cobrarme el billete y punto.

También me he visto en la situación de no poder comprar el billete (”no poder” poque no quería perder el tren que estaba entrando en el andén...)

Cualquier opción me vale, porque no voy a entrar a juzgar la honradez del tipo sin billete. Sí voy a juzgar, en cambio, el abuso de poder que ejerció el Sheriff del tren sobre este indivíduo.

Después de cierto número de gritos e improperios, negándose a cobrar el billete, le dijo al tipo que se tenía que bajar en la siguiente parada.


“De acuerdo. Me bajaré y compraré el billete, pero tranquilo ¿eh? Que yo le estoy diciendo que le pago el billete”

 

Más insultos e improperios.

Al final, el tren entró en la siguiente estación y cuando el tipo se disponía a bajar voluntariamente del tren, el Sheriff, que esperaba siniestro en un rincón, aprovechó su oportunidad y le empujó por la espalda y a traición.

El tipo, encendido de ira, pues se podía haber abierto la cabeza, le invitó a bajar para despacharse con él, a lo que el Sheriff, acobardado pero fingiendo indiferencia, contestó “No merece la pena”.

“Sí que merece la pena” se oyó decir a algiuen en el vagón. Mis compañeros le encararon y le llamaron cobarde, a lo que él sólo alcanzaba a responder, a gritos, eso sí, que el otro le había escupido.

Terminó la disputa con la retirada del Sheriff y, sólo dos o tres minutos más tarde, pudieron escuchar el comienzo de otra. Un viajero gritaba escandalizado “¡¡¿¿200 euros de multa??!!”

Hace mucho, años, que no me cuelo en el tren. Supongo que desde que abandoné la adolescencia, y creo que si uno disfruta de un servicio, debe pagarlo.

Ahora bien, y vuelvo a lo de siempre: si uno paga un servicio, al pagarlo contrata algo; y si no recibe aquello que ha comprado (transporte, pero también puntualidad y una cierta calidad de servicio), creo firmemente que debería tener derecho, cuando menos, a la devolución del importe.

Me parece que no estamos jugando en igualdad de condiciones cuando los ladrones me pueden poner una multa de 200 euros si no pago mi billete de 1,20 euros, pero yo no puedo exigir lo mismo ni si quiera cuando pierdo un tren a Málaga.

Pero en todo caso, lo más grave no es eso. Lo más grave es que el energúmeno de uniforme, el borracho de poder, abusó impunemente de su cargo y agredió físicamente a una persona que no le había provocado en absoluto. Le empujó por la espalda y a traición cuando el tipo estaba al borde de unos escalones, lo que agrava la acción en tanto en cuanto se podía haber caido y abierto la cabeza...

Primero ¿Quién se cree que es este tipo? ¿Una suerte de justiciero? ¿El dueño del tren? ¿El dueño de Renfe?

Segundo ¿En qué cabeza cabe que se le haya dado a un perfecto orate la responsabilidad de un revisor de billetes de tren? ¿En qué cabeza cabe que tengan a un agresor en un puesto que exige el trato con el viajero? ¡Un agresor!

El despido, en este caso, se me antoja un castigo insuficiente para las situaciones descritas en dos días seguidos.

EL SHERIFF DEL TREN (I)


He tratado de evitarlo durante bastante tiempo, pero al final ha resultado ser ineludible: vuelvo a caer en el tema de Renfe.

Vuelvo a caer porque ayer protagonicé un momento absolutamente antológico.

Renfe sigue funcionando mal, cada día peor, de hecho. No hay mañana que los trenes pasen a la hora correcta por la vía correcta.

Cambiaron los trenes hacia las Rozas de la vía 7 a la vía 4, y lo hicieron para nada, porque creo que yo todavía no he cogido un tren en esta vía, y cuando lo he hecho he acabado dirección Aranjuez o Guadalajara (¡!).

Ya no puedes leer tranquilamente en el andén y subirte despreocupadamente en el tren cuando éste se para delante tuyo. Si te descuidas puedes acabar en Alcalá, o en Guadalajara, o sabe Dios dónde...

Ahora tienes que estar alerta, en tensión, cosa que la voz lacónica del tipo moribundo que tienen en megafonía no te pone demasiado fácil... Me lo imagino encadenado a la pared de su celda, alimentado de un mendrugo de pan duro y un cuenco de agua sucia que a veces devoran las ratas. Es la voz de la deseperanza.

Los rótulos advierten que en 6 minutos (a las 9:30) pasará un tren con destino Príncipe Pío y Villalba por la vía 4. A los 5 minutos, el rótulo cambia y anuncia (a traición) un tren con destino Aranjuez. Si no te has subido a éste, estás de suerte.

Esperas a que este tren se vaya y miras el rótulo con la esperanza de que el tuyo venga pronto.

Mientras, el rótulo de la vía 3, que anunciaba un tren con destino Alcalá, cambia y anuncia un tren con destino Príncipe Pío y Villalba. Si estás alerta y en tensión y ojo avizor, puede que te des cuenta del cambio y consigas subirte a tu tren, que pasa con retraso y por otra vía.

Con todo, has desarrollado un caparazón de paciencia que evita que agredas a los empleados de Renfe (los del Ave ahora en huelga, por cierto, que los viajeros no somos los únicos que padecemos a los déspotas y mafiosos señores de Renfe) cada día.

Ayer, sin embargo, colmaron mi paciencia. No tuve más remedio que ceder y escribir hoy, una vez más, por cansino que pueda resultar, un post dedicado a estos ladrones.

Volvía de trabajar con mis compañeros. Habíamos picado todos en los tornos de nuestra estación (en los tornos que funcionan, pues no todos funcionan, claro) y corrido para coger el tren que casi se escapaba.

En el rótulo se anunciaba un tren en tres minutos, pero al parecer llevaba anunciando un tren en tres minutos toooodo el santo día. El rótulo estaba estropeado.

Cogimos el tren y al subir encontramos a un revisor. Nos pidió los billetes y, al darle el mío, comenté que el servicio que presta Renfe Cercanías no está ni de lejos a la altura del control de billetes que llevan a cabo.

El revisor miró mi billete y luego alzó la mirada para encontrar la mía con un gesto de inconfundible sorna.


“¿Qué? ¿Nos hemos colado?”

“¿Perdón?” Respondí, perpleja.

“Venga, ¿Dónde te has subido?”

“Oiga, que yo acabo de subirme en el Barrial y he picado mi billete...” 


El tipo, creciéndose, me sostuvo la mirada unos instantes y me dijo:


“Pues te vas a tener que bajar conmigo en Príncipe Pío para comprobarlo”

“No, verá, yo no me puedo bajar en Príncipe Pío con usted porque me tengo que ir a Atocha”

 

El tipo se apartó entonces, con mi billete en la mano, para colocarse debajo de una luz, desde donde anunció:

 

“Vas a tener suerte”

“¿Ah, si?” Respondí con ironía

“Si, porque aún puedo ver las marcas que ha dejado la máquina”

“¿Voy a tener suerte porque usted puede ver las marcas de su máquina, que se ha quedado sin tinta y, gracias a eso no me tengo que bajar con usted?”

“Si”

“O sea, ¿que su máquina no funciona -como casi todo en Renfe- y yo tengo que acompañarle para demostrar que he pagado mi billete?

“Si”

 

Vamos a analizar esta situación con un poco de detenimiento:

Los rótulos no funcionan, las máquinas canceladoras de billetes no funcionan, los horarios no funcionan, el aire acondicionado no funciona... ¿Cuántos retrasos me ha ocasionado Renfe? Sinceramente, ya ni los cuento, uno al día por lo menos, cuando no más.

Nunca, repito: NUNCA, Renfe se ha dignado a devolverme el importe del billete. Nunca, mucho menos, se ha dignado a indemnizarme por mi tiempo y mi paciencia. ¿Y disculparse? A lo sumo, con un imperativo que obliga, que no te deja opción,  te exigen: "disculpen las molestias". ¿Molestias? Señores, cuando se da a diario, la molestia se torna algo más que una molestia.

Sin embargo, sí consideran oportuno hacerme perder más tiempo y paciencia si una de sus máquinas (cuando no todas) se estropea, se le acaba la tinta (¡¡Qué estamos en el siglo XXI, oiga!!) y el Sheriff del tren no puede verificar que el billete ha sido debidamente cancelado.

Yo sí que puedo perder tiempo, paciencia y ¿por qué no? dinero.

¿Qué pasa si el Sheriff del tren no puede o no quiere ver las fantasmales marcas en mi billete y me obliga (¡ja!) a bajar con él en Príncipe Pío? ¿Y si por este motivo yo pierdo un tren a Málaga que sale de Atocha? ¿Hemos perdido el juicio?


“Dónde ha cancelado su billete?” Me preguntó a continuación

“Ya se lo he dicho, en el Barrial”

“No. Qué “dónde””

“No le entiendo... “Dónde” ¿¡Qué?!”

“Que en qué máquina”

“¿Y yo qué se? En la primera o la segunda por la izquierda, creo. Hay una que no funciona nunca ¿sabe? Como casi todo en Renfe, pues la de su izquierda.”

“Renfe funciona estupendamente”

“No estoy de acuerdo. Casi nada funciona correctamente”

“Pues si no le gusta ya sabe lo que hay”

“¿Qué?”

“Hay otros transportes, pruebe con el autobús”

 

¡Acabáramos! Yo pago Cercanías directa e indirectamente, con mis impuestos y con mi billete, para que venga el Sheriff a decirme que si no me gusta, puerta.

¿Desde cuándo paga uno un servicio y si no está satisfecho, encima le enseñan la puerta? Desde que los monopolios existen y ejercen como tales, oiga, que la cosa es tan simple como eso.

Voy más allá: ¿Qué otro medio de transporte urbano conoce usted que venda billetes de 10 viajes con fecha de caducidad en un mes? ¿Saben, han calculado alguna vez, cuánto dinero nos roban estos ladrones con licencia?

Pues bien, según el Sheriff borracho de poder, tuve suerte. ¡Suerte!

viernes, 30 de mayo de 2008

AI


Trabajo, para bien o para mal, en un edificio inteligente, de esos de polígono empresarial, con su lápida con los nombres de los arquitectos y todo, que parece que estuvieran muertos y enterrados a los pies del edificio, lo cual no me sorprendería, pues yo los hubiera liquidado sin miramientos.

El edificio, además, tiene el dudoso placer de haber sido inaugurado por la insigne Espe hace relativamente pocos años.

A quién tomaron el pelo los arquitectos no viene al caso, pero se lo tomaron pero bien. El edificio se cae a pedazos: las paredes se desconchan, las manchas de humedad aparecen por doquier, los pomos de las puertas se caen para quedarse en tu mano, las goteras son grotescas y ahora, para colmo, el agua es como el resultado de un experimento nuclear... el agua "potable" sale de un sospechoso color amarillo que se torna naranja con el paso de los días... 

Además tiene una suerte de grumos de densidad ligéramente superior a la del agua, como unos "mocos" flotando. Mocos que, al cabo de un par de días en una botella cerrada, hemos podido comprobar, crecen y toman cuerpo. Yo creo que si los dejásemos más tiempo empezarían a hablar.

Al cabo de dos días en semejante situación, la empresa a tenido a bien prevenirnos con un rudimentario cartel para que no bebamos el agua.

Al cabo de dos días, si hubiésemos seguido bebiendo ese agua, ya estaríamos muertos.

Por otro lado, la empresa no tiene a bien facilitarnos el acceso a un agua potable gratuita. El agua de las máquinas de bending cuesta lo mismo que cuando tenemos agua corriente y potable: 35 centimos 50cl.

Yo bebo de media 1l por la mañana y otro por la tarde, con lo que ahora me gasto al día 1,40 € cuando antes me gastaba 0€.

Me pregunto ¿No es obligación de una empresa proporcionar a sus empleados (más de 800 en este edificio) agua potable gratuita? Más aún, ya no voy a hablar siquiera de gratuidad: esta mañana se había agotado el agua en todas las máquinas de bending.

Me temo que asisto a la caída del imperio. Qué asco.