lunes, 17 de diciembre de 2007
MR HYDE
“Yo, para ir a tu casa, suelo cojer un taxi. En la línea 3 hasta Callao es línea directa, pero tenemos que bajar hasta Palos de la Frontera y desde Callao andar hasta tu casa. No es mucho, pero me suele dar pereza...”
Como vamos algo cargadas optamos por la opción “Taxi”. Vamos a la parada que hay en la Glorieta de Atocha, enfrente de la plaza del Reina Sofía.
Normalmente, allí hay taxis, pero es sábado y, aunque aún es pronto ya empieza a escasear el preciado bien.
En la parada ya hay una pareja que espera. Se besuquean y, de cuando en cuando, él levanta la vista en busca de la ansiada lucecita verde.
Estamos en la parada un buen rato y, aunque la conversación es amena, empezamos a impacientarnos un poco.
Mientras tanto, no paran de pasar taxis con la luz apagada. Obsérvese que no digo “libres”, pues si nos fijamos con detenimiento encontraremos que es deporte nacional entre los taxistas circular con la luz apagada aunque no lleven pasajeros.
Sigue pasando el tiempo y el frío hace ya mella en nuestro ánimo.
Al fin, alborozadas, divisamos una luz verde entre el tráfico y cruzamos los dedos para que llegue hasta la parada antes de que algún desaprensivo lo asalte.
Pero justo a la vez que el taxi con la luz encendida, se detiene, delante de él, otro taxi con la luz apagada con toda la intención de recojernos.
Kubelik y yo acordamos subirnos al taxi con la luz encendida, pues a las dos nos indigna y nos exaspera la actitud tan poco profesional de los citados taxis que circulan con la luz verde apagada.
El conductor se baja y nos abre el maletero para que metamos nuestras bolsas y, distraidamente, comenta.
“No entiendo que quería el de delante. Me ha parecido que quería cojeros”
Pistoletazo de salida, a mi no me hace falta que me den cuerda:
“No, no es que lo pareciera, señor, es que quería cojernos, que tienen mucho morro ¿sabe? que circulan con la luz apagada y ellos eligen a quién suben y a quién no. Es que es indignante”
En qué momento. Lo que yo interpreté como un pistoletazo de salida resultó ser un calentamiento de motores...
“Eso, señorita, tienen que denunciarlo” Nos indica gesticulando como el que pone una multa.
Y Kubelik “Yo voy a denunciar a los de la parada de taxis de Santo Domingo, que están en la parada con la luz apagada y no los puedes usar porque te dicen que están esperando un servicio y, en realidad, están esperando a que algún “guiri” salga del hotel para pegarles el sablazo”
Y el conductor repite el gesto de la denuncia y añade:
“Pero eso no quiere decir que todos los taxistas seamos malos ¿eh?”
“Nooooo, noooooo” Decimos las dos a la vez (y las dos buscamos en nuestra memoria un taxista que merezca la categoría de “bueno”)
"Por cierto, me tienen que indicar que no se por dónde tengo que ir” Dice mientras coloca el GPS apagado (El trayecto en cuestión es tan complicado con Atocha - Santo Domingo)
“Además”, sigue el taxista “habrán notado que la mayoría de los que se comportan así son los mayores, no los jóvenes”
Y nosotras “Siiiiiii, siiiiiiii” Mientras Kubelik habla de un taxista muy majo que le cogió el otro día, a mi me viene a la cabeza el taxista joven (y psicópata) que me llevó del aeropuerto a atocha y vuelta de atocha al aeropuerto en 40 minutos en hora punta. Se me encoje el estómago.
“Y les voy a decir una cosa y esto que les quede muy claro ¿eh?”, dice él “Que a los taxistas nos hacen malos las personas. Ahora ¿por dónde, señorita?”
No quiero extenderme, ni mucho menos regodearme, pero me parece que vale la pena señalar que no andaremos muy desencaminados si catalogamos a los taxistas a parte del género humano. Cuando el mismo taxista lo afirma ¿Qué sentido tendría llevarle la contraria?
Kubelick y yo empezamos, no ya sólo a cansarnos de su conversación, sino también a preocuparnos.
“¿Por dónde me ha dicho, señorita?” Pregunta por cuarta vez.
“Por arriba” contesta Kubelick por cuarta vez “vamos a cojer el túnel que va a Mayor”
Cuando estamos llegando al túnel un policía nos corta el paso y nos dice que para cojer el túnel (que está detrás suyo) tenemos que doblar a la derecha, dar la vuelta a la manzana y volver a salir a la espalda del policía.
¿Por qué? Eso es algo que probámlemente nunca sabremos. Era uno de los cortes más tontos que he visto en todos los días de mi vida, pero nada justificaría la reacción que tuvo nuestro amable taxista, el de “señorita esto” “señorita lo otro”.
“Qué hijo de puta, por tu puta culpa tengo yo ahora que dar marcha atrás, qué hijo de puta, me cago en dios y en su puta calavera ¡¡¡¿Qué hacés? ¿Qué coño hacces? ¿Me vas a dejar pasar, subnormal? Ni ni ni ni ni (en tono de burla) no puedes pasar ni ni ni ¿Es que no ves que soy un servicio público, hijo de puuutaaa (con los dientes muy apretados) Cualquier día cojo un palo y me lío a hostias con todo el mundo, me lío a hostias, me cago en diooooos... ¿Y aquí puedo girar a la derecha ahora o qué?”
“Eh... si... eso ha dicho...” Le dice Kubelik suavemente, muy bajito. Ni siquiera nos miramos. Nos ha tocado el psicópata y si nos miramos seguro que nos da la risa, y si nos da la risa Mr Hyde sacará un palo y nos matará a golpes.
Mr Hyde entra en el túnel acelerando con toda su ira como si estuviera en una carrera de Fórmula 1, cambia de marcha, acelera, cambia de marcha y sigue acelerando mientras sigue maldiciendo y murmurando con los dientes apretados.
“Hijo de puta, te mato, me lío a hostias y te mato. Qué hijo de puta ni ninini nin ni (en tono de burla) ¡cabrones!”
Cuando cruzamos Arenal tememos por la vida de los peatones. Cruza la calle despacio, conteniendo el motor con los dientes todavía apretados, maldiciendo, pero cuando sale de Arenal acelera de nuevo y si hubiera habido algún peatón, tenemos la certeza de que lo hubiera matado. Acelera y gira violentamente, frena en seco cuando tiene que ceder el paso, se cree el justiciero enmascarado o algo...
Al llegar a Ópera hay un embotellamiento en nuestro cruce. Los coches de la calle que tenemos que cruzar están parados atascando el cruce. Cuando el semáforo se ponga verde para nosotros no podremos pasar.
Nos da miedo que intente pasar a pesar de todo, nos da miedo que haya decidido empotrar su coche contra otro, los acelerones embragados no son precisamente una broma.
A nuestra derecha, un autobús descarga a los pasajeros.
“Y ahora el autobús ni ni ni (en tono de burla) me paro donde me sale de los cojones y descargo donde me sale de los huevos, hijos de puta cabrones malnacidos, saco el palo y os mato a todos” En realidad “Donde me sale de los huevos” resulta ser una parada de autobús.
Por fin llegamos a nuestro destino. Las piernas nos tiemblan cuando nos bajamos de lomos de la muerte.
Puede parecer exagerado, pero que levante la mano quien no haya montado alguna vez con un psicópata en un taxi, o con un borracho, o un drogadicto, o un traficante de rubíes, o un suicida, o un descerebrado, o un obeso con riesgo de infarto, o un fumador impertérrito.
Puede que no todos los taxistas sean malos. No diré tal cosa, pero nadie evitará que diga que la gran mayoría de los taxistas no sólo son malos, sino que no son personas. Y encima hay pocos.
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