lunes, 26 de noviembre de 2007
VIOLENCIA
Que el maltratador está en la calle es un hecho.
Hoy me he cruzado con varios.
Hoy me he puesto una minifalda y he ido al trabajo.
No es una de "esas minifaldas", es una minifalda que cae una cuarta por encima de las rodillas, pero aunque fuera una de "esas minifaldas" seguiría sin encontrarle sentido... Los que piensen que una minifalda es una provocación ya pueden dejar de leer. Este texto no es para ellos.
Tampoco soy una mujer espectacular, de esas que quitan el hipo. Normalita, resultona y hasta un poco llenita (gorda, pero en “políticamente correcto”).
En el camino me he mirado, nerviosa, a varios escaparates, pensando que descubriría, horrorizada, que se me veían as bragas o el final de las medias. Nada. La minifalda seguía en su sitio: una cuarta por encima de mis rodillas, cubriendo prudentemente los ligueros y las bragas.
Sin embargo, de alguna manera, parecía que iba desnuda.
No es la primera vez que me pasa, ni será la última. Y le pasa, de hecho, a todas las mujeres.
A mi me aflora la culpa (la culpa cristiana) cuando me ocurre esto. De pronto me descubro pensando “No tenía que haberme puesto esto” y enseguida me digo “¡¿Qué?! ¿Estás tonta? ¡Te puedes poner lo que te de la real gana! ¡Sólo faltaría!” Y empieza una cruenta batalla en mi cabeza.
Afortunadamente siempre gana la razón, pero aunque desaparezca la culpa, resiste la vergüenza, la incomodidad y la violencia... pero sobre todo la rabia.
No hablamos mucho de ello porque estamos tristemente acostumbradas, pero hace algún tiempo descubrí con estupor que mis amigos se sorprendían de lo que nos pasaba a sus amigas.
“¡Por supuesto!” pensé: Ellos no tienen ni idea... No están nunca allí cuando nos acosan por la calle. Cuando ellos están, no nos acosan. Ellos tampoco practican el acoso, de modo que ni se imaginan que existe.
De modo que la mayoría de los hombres no saben lo que padecemos, ni se lo imaginan.
Quiero aclarar que no hablo del piropo, Dios me libre. No soy ni feminista recalcitrante ni feminista a secas. Pero soy mujer. Aprecio un piropo. Incluso, aunque no lo aprecie, puedo admitir alguna burrada sin que se me lleven los demonios.
Pero aquí hablo de otra cosa. Hablo de una invasión de mi espacio. Hablo de un andén vacío y un hombre pasando a propósito a escasos cinco centímetros de mi. Olfateando y murmurando. Hablo incluso de un hombre que al cruzarse contigo te pasa la mano por toda la cintura dejandote con una sensación indescriptible. De rabia. De impotencia.
Porque yo no puedo hacer nada. A mi me atenazan la vergüenza y el miedo. Si le miro diréctamente a los ojos, si le encaro, si me yergo y me enfrento a él... ¿Será peor?
Ayer fue el día contra la violencia de género o violencia machista o violencia doméstica o violencia contra la mujer.
Se que lo que cuento está muy lejos, lejísimos, de parecerse ni un poquito a lo que padecen las víctimas de los malos tratos, pero reflexiono y creo que detrás de cada uno de esos hombres que, en el metro, en la calle o donde sea, se creen con derecho a invadirte, a desnudarte con la mirada, a tocarte con lascivia incluso, hay un maltratador. Alguien que no respeta al otro ser humano, alguien que se ve superior al otro género. Un enfermo, un violento, un agresivo, una amenaza.
A partir de hoy me voy a poner mi minifalda al menos una vez a la semana y prometo intentar no dejarme amedrantar por las miradas ni los gestos. Prometo intentar con todas mis fuerzas plantarles cara. Prometo intentar por todos los medios despojarme de la culpa y de la vergüenza. Prometo, en todo caso, caminar con la cabeza bien alta.
Cerdos, os estoy vigilando.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Ayer leí esta nueva entrada y quería haber dejado un comentario en plan ecuánime, para contrarrestar el tópico, de esos que te hacen parecer super enrrollada, del tipo "no todos los hombre son iguales"...
Hoy ha venido un señor a colocarme un mueble en la cocina. Para que no me robase, no sé, mi colección de deuvedés, he dejado al cargo del castillo a mi portero. Dos tios. En mi casa. Solos.
He vuelto tarde, cansada y con ganas de hacer pis. Con toda la prisa del mundo he ido al baño: el borde del inodoro estaba completamente regado.
La tapa, eso sí, diligentemente bajada...
Olvidemos eso último.
Hoy no tengo ganas de ir en contra de los estereotipos.
A ver, a ver, que yo no pienso, ni de lejos, que todos los hombres sean iguales... De hecho en el post creo que dejo claro que la MAYORÍA no sabe que unos pocos nos martirizan... No obstante sí creo que los hombres nunca bajan la tapa (lo tuyo ha sido una excepción, querida) y que si mean dentro podemos llamarlo Milagro... Pero eso, eso es un mal menor...
De las tapas de baño mejor no hablamos. En el trabajo comparto baño con 8 animalitos y he visto cosas que no sabían ni que existian.
Desde el que ahce un cminito de meo hasta que atina en la taza, hasta... Bueno, ¡basta! Al tema.
Sobre el tema, a mí lo que más me preocupa esa voz interior de la que hablas, que te regaña. (De ellos no me preocupo porque creo que no tienen solución). ¡Mierda! Esa voz que suena a madre retrógrada que te dice: "Claro, tú te lo has buscado"; "No le digas anda que seguro que te la devuelve"; "No te tenías que haber metido por esta calle tal y como vas vestida"; Y la mejor: "Si él te toca, la verguenza la sientes tú. Cállate. No digas nada. Haz como si no hubiera pasado"
¡Madre mía! Por desgracia lo llevamos muy adentro.
¿Alguien tiene un desatascador?
Publicar un comentario