lunes, 27 de octubre de 2008

PSICOLOGÍA

José Ruiz es un chaval que tiene cáncer. Durante un año y medio tuvo hemorragias y varios médicos insistieron en que no tenía nada, en que eran hemorroides. Cuando se le diagnosticóo el cáncer ya era tarde.

 

Le sometieron a una intervención en el 12 de octubre. El cirujano, toda una personalidad en el mundo de la cirugía, conocido internacionalmente (en palabras de José Ruiz), acabada la intervención, le dijo: “yo te he curado”.

 

Cuando José Ruiz fue a ver a su oncólogo y le dijo lo que el cirujano le había dicho, su oncólogo le dijo “pero ¿Cómo? ¿Tú no sabes lo que tienes?” y le hizo un diagrama: Si A es vida y D es muerte, tu estás en C2, el último paso. Y con esto le dieron seis meses de vida.

 

A José Ruiz le han denegado una droga experimental porque, por su esperanza de vida, podría rebajar la cuota de éxito de la droga en su fase experimental. Bajaría la estadística.

 

¡Qué duro! Saber que hay una esperanza, una posibilidad, por remota que sea, de salvar tu vida cuando eres tan joven, y que te la denieguen para que no estropees una estadística...

 

La mujer de José Ruiz es brasileña y, allí, en Brasil, una abogada logró que le dieran ese tratamiento experimental. El tratamiento le dio tiempo y muchos efectos secundarios de toda índole. Entre ellos, una operación a vida o muerte, consecuencia de una suciedad intestinal gravísima.

 

En Brasil conoció la medicina antroposófica. Una medicina que conoce y respeta la medicina tradicional, pero que va un paso más allá. Sus médicos, formados en las facultades de medicina como los médicos convencionales, consideran al ser humano como un todo, no como la suma de las partes, y no conciben tratar el cuerpo sin tratar la mente, por ejemplo. Buscan la raiz de los problemas, de las enfermedades, al tiempo que las tratan con medicinas convencionales.

 

Hablando con los pacientes intentan determinar la causa del origen de la enfermedad, ya se trate de un catarro (una bajada del sistema inmunológico) o de un cáncer.

 

No se mucho, por no decir que no se nada, de la medicina antroposófica, pero desde hace tiempo vengo pensando que, pese a que soy una firme defensora de la sanidad en España, ésta adolece de algo esencial: psicología.

 

No puedo entender que tu oncólogo y tu cirujano no hablen entre sí. No puedo entender que tu oncólogo se sorprenda y te diga: “Pero ¿Cómo? ¿Tu no sabes lo que tienes?”. Pregunto: ¿No es tu oncólogo el que debería decirte qué te pasa, qué es lo que tienes, cuáles son tus opciones?

 

Me parece repugnante que tu médico, aquel en el que depositas tu fe y tu confianza, no te informe puntual y exhaustivamente de tus opciones. Me parece repugnante que en casos de enfermedades terminales nadie, nadie, se siente contigo para explicarte con sinceridad y con el tacto que esto requiere, qué es lo que tienes y qué posibilidades tienes.

 

Me parece repugnante que no puedas elegir porque no tienes el conocimiento, porque no sabes, porque tienes dudas, porque tienes fe. Lees tu informe y tratas de descifrarlo desesperadamente.

 

Ningún médico contesta a tus preguntas y, si lo hacen, lo hacen despreocupadamente y sin franqueza. ¿Dónde están, por ejemplo, los equipos de psicólogos de los hospitales? No hay comunicación entre departamentos.

 

Un oncólogo, tras recibir el informe de un caso difícil o terminal, debería llamar a un psicólogo (si él no se siente capaz), explicarle el infórme, informarle de las opciones y que fuera el psicólogo el que se sentara con el paciente o los familiares, una hora, dos o el tiempo que fuera necesario, para explicarles la situación, para contestar a sus preguntas y para resolver sus dudas.

 

No es justo que una persona sepa que se muere una semana antes de fallecer. No es justo cuando todo un equipo médico lo sabe hace más de un mes. No es justo que una persona no pueda elegir no recibir quimio, tratarse el dolor e irse a casa con su familia. No es justo que no tengas toda la información cuando se trata de tus últimos días y el tratamiento, agresivo y doloroso, no está destinado a salvarte la vida. No es justo que un equipo médico al que no conoces decida darte el tratamiento sin contar con tu opinión, con tu deseo. No me parece digno que uno no tenga nada que decir, que no se respeten sus voluntades en sus últimos días.

 

Y menos justo me parece que, a una semana de morir, en urgencias, la jefa de oncología, con desaire y bastante borde, te diga “pero tu ya sabes que te mueres ¿no? lo pone aquí, en el informe: tratamiento paliativo”.

 

La jefa de oncología, cuando ni ella ni nadie de su equipo te ha dicho nada en ningún momento, espera que tú leas tu informe y entiendas, sea cual sea tu clase y condición, la terminología empleada en un informe que se supone que tú ni siquiera tienes que leer.