viernes, 12 de septiembre de 2008

MIL QUINIENTOS EUROS


Quiero sumarme a la indignación, a la desconfianza y al desespero que ha causado la sentencia del Consejo del Poder Judicial al juez que dejó que el asesino de Mariluz estuviera en libertad cuando segó la vida de una niña y desgarró y dejó hecha jirones la de sus familiares.

 

El asesino había sido condenado y tenía que estar en la cárcel cuando le arrancó la vida a Mariluz, después de Dios sabe qué atrocidades.

 

El asesino no estaba en la cárcel porque el juez que le condenó no tramitó su entrada en prisión.

 

El responsable directo de la muerte de Mariluz es el asesino, por supuesto, pero hay otros responsables. Uno de ellos es el juez que cometió un error. Un error fatal que llevó a la muerte a una niña.

 

Los jueces tienen sueldos buenos. Muy buenos. Los tienen porque tienen responsabilidades muy grandes. Responsabilidades que yo no querría para mí. Ganan mucho dinero para asegurar su imparcialidad, para evitarles la tentación de ser comprados por cualquier desaprensivo con dos duros.

 

Los jueces asumen esas responsabilidades al aceptar su salario, y si, como ha ocurrido, por un error fatal de fatales consecuencias, un juez descuida sus responsabilidades ¿Qué hay que hacer?

 

El Consejo del Poder Judicial (atención a la palabra “Poder”. Es uno delos tres Poderes del Estado, que no es moco de pavo), el Consejo del Poder Judicial, digo, es decir: jueces juzgando a otro juez, dictaminan que éste ha cometido una falta grave.

 

De las palabras “falta grave” podría inferirse que, efectivamente se reconoce que este juez descuidó y no asumió sus responsabilidades (a pesar de seguir cobrando su sueldo millonario) y que es responsable también de la muerte de Mariluz.

 

Pero, paradojicamente, el castigo ejemplar que sigue a la catalogación de “falta grave” (con resultado de muerte de una niña, no lo olvidemos), el castigo ejemplar, digo, es una una multa de 1.500 euros.

 

1.500 euros.

 

El sueldo de un mes de un ciudadano de clase media “acomodada” (que me rio yo de la palabara “acomodada”). No quiero siquiera atreverme a pensar en lo que ganará al mes ese juez. Me parece obsceno.

 

Pero voy más allá: vamos a poner que un currito (no tan afortunado como el anterior) que gana 900 ó 1000 euros al mes para, porque no le queda más remedio, su vehículo en doble fila durante los minutos que le lleva bajar unas cajas del maletero y subirlas a su piso. Vamos a suponerle, además, el agravante de que  lo ha dejado nada más y nada menos que en el carril bus, causando con ello un grave trastorno a la circulación.

 

Esto puede suponer una multa de 300 euros. 300 euros. Una quinta parte de la multa que le han puesto a un juez por permitir que un asesino esté en la calle después de haber sido condenado (una vez más: con resultado de muerte de una niña, Mariluz.).

 

Y yo me pregunto ¿dónde está la proporcionalidad? Un indivíduo causa un daño grave a la circulación y tiene que pagar 300 euros. El otro indivíduo deescuida sus responsabilidades, de las que dependen en parte la vida y la esperanza y la fe de una sociedad democrática y su multa es únicamente 4 veces mayor que la del indivíduo que ha aparcado entorpeciendo el tráfico.

 

1.500 euros que, para colmo, y dado el sueldo de un juez, le hace cosquillas, le resbala, no le hace ninguna mella, ni económica ni moralmente.

 

1.500 euros con los que se salda la parte de responsabilidad sobre la muerte de Mariluz que recae sobre este juez.

 

1.500 euros manchados de un corporativismo y un amiguismo infames que son aún más graves en un Poder del Estado.

 

Y a nosotros ¿Qué nos queda? ¿Qué fe? ¿Qué confianza? ¿Qué hacemos? ¿Nos tomamos la justicia por nuestra mano? Yo, por lo pronto, voy a ver si encuentro mi cara, que se me cayó de la mismísima vergüenza ajena.

LA BOLA NEGRA


Entré a trabajar en la empresa hace casi dos años. La empresa está formada por capital de otras dos: una agencia de publicidad y comunicación y una empresa de servicios turísticos, una de las más grandes del país, para más señas.

 

Yo negocié mi contrato y mis condiciones con la agencia de publicidad, aunque el contrato lo firmé con la empresa de servicios turísticos.

 

Al cabo de dos años, el Tsunami Crisis se hace, como siempre que hay una crisis, aunque ésta sea “la del ladrillo”, palpable en el sector de la publicidad, el márketing o la comunicación. Sectores y departamentos que parecen prescindibles cuando no hay dinero.

 

Esto dice mucho de la salud del sector. Está considerado como un complemento, como un extra, dentro del mundo empresarial.

 

Por otro lado está el otro sector, el sector turístico, que es también de los que primero acusan una crisis cuando la hay. La gente, la gente como yo, la gente que tiene problemas para llegar a fin de mes, los que no llegan o los que están aún peor, que los hay, claro que los hay, no viaja en tiempos de crisis.

 

Y ahí estoy yo, contratada por una empresa que es mitad turismo, mitad publicidad.

 

Un día, nos llaman a los cinco que estamos contratados en la misma situación y nos dicen que la empresa echa el cierre en breve, pero que no nos preocupemos porque la agencia de publicidad va a hacernos el favor de nuestras vidas y nos va a contratar a los cinco allí.

 

A fin de cuentas, tres de nosotros trabajan físicamente allí y para clientes de la agencia que no son la empresa turística que nos contrata.

 

Nos hacen pasar uno por uno para hablar con personal, con recursos humanos de la agencia, y la misma persona con la que firmé el contrato hace dos años, la misma persona a la que le conté el infierno laboral del que acababa de salir, la misma persona que me dijo “eso no te va a pasar aquí”, esa persona me puso dos opciones por delante:

 

“Tienes dos opciones”, me dijo, “Opción A: acogerte a un despido de la empresa turística por la que estás contratada; y opción B: firmar una baja voluntaria en esa empresa y esta agencia de publicidad te contrata y nos comprometemos a mantenerte el neto de tu nómina”

 

“El bruto”, le corregí.

“No, el neto”, me corrigió.

“El bruto”, volví a corregirle.

“No, no, te mantenemos el neto”, insistió.

“Pero vamos a ver” le dije, respirando hondo, “Mi sueldo es el bruto, el bruto es lo que yo negocié cuando firmé el contrato.”

“La oferta que te hace la dirección de esta empresa es esa: Te mantenemos el neto”, me dijo.

“Y la antigüedad”, apunté yo, temiéndome ya lo peor.

“No”

“...” Con los ojos como platos.

“No, aquí nos comprometemos a respetar el neto de vuestras nóminas y lo que firmáis es un contrato nuevo, de cero, como si os contratase otra empresa cualquiera”

“Ya, pero es que no es una empresa cualquiera. Resulta que el dueño de esta empresa tiene acciones en la empresa que me contrata. El 50%, si no me equivoco”

“Tenía”

“¿Cómo?”

“Tenía. Pero yo no tengo que darte más explicaciones de la estructura empresarial del grupo. Esa es la oferta que te hace esta empresa.”

“Y yo quiero que en mi contrato se mantenga el bruto y la antigüedad, así como el resto de condiciones de mi contrato”

“Pero la oferta que te hace la dirección de esta empresa es esa”

“Bueno, pues entonces, yo firmo un contrato nuevo, pero una vez me haya despedido la empresa turística ¿no? Tengo derecho a indemnización y a paro... si va a ser como si me contratara una empresa cualquiera...”

“Esa opción no está contemplada. Si te acoges al despido, esta empresa no te ofrece la posibilidad de quedarte aquí. Sólo si firmas la baja voluntaria te ofrecemos un contrato en la agencia”

“Pero entenderás que ninguna de las opciones me convence. No me estáis dejando salida. Si firmo la baja voluntaria pierdo mi indemnización y mi derecho al paro”

“Yo lo único que puedo hacer es trasladarle a la dirección una respuesta”

“Pues hazlo, por favor; trasládale a la dirección de esta empresa que quiero que en mi nuevo contrato figure la antigüedad y que se me respete el bruto anual que negocié en su día”

 

Bien. Analicemos esto, porque no tiene desperdicio. El un lenguaje más llano y sin tapujos, la cosa es como sigue:

 

¿Prefieres quedarte sin trabajo e irte al paro con una indemnización por dos años de trabajo o tener trabajo hoy y que mañana te despida gratis? Pues francamente, las opciones no son muy halagüeñas...

 

Los cinco que estábamos en la misma situación hablamos entre nosotros y nos plantamos aquella misma tarde en que no íbamos a firmar una baja voluntaria si no se comprometían a mantenernos las condiciones de nuestros actuales contratos.

 

Al día siguiente por la mañana pasaron dos cosas. Yo recibí una llamada de mi jefe en la agencia de publicidad. El contenido de la llamada, textualmente, fue como sigue:

 

Yo: Cuéntame.

El jefe: Te ha tocado la bola negra. Ven a la agencia a firmar los papeles.

 

Atónita, primero por las maneras y segundo por el contenido, aquella tarde fui a la agencia a firmar mi finiquito y mi carta de despido. Ni lo uno ni lo otro estaban allí esperándome.

 

“Me los tienen que enviar los de recursos humanos de la empresa de turismo”, me dijo la de personal de la agencia. “Tardarán un par de días o tres”.

 

Mis compañeros, una vez allí, me contaron que habían tenido una reunión con el jefe del departamento (el de la bola negra) esa mañana y que éste les había dicho que el dueño de la agencia había llegado a un acuerdo con la empresa de turismo para que ésta no tuviera que asumir ninguno de nuestros despidos.

 

De modo que ahí estaba la causa. Ni una empresa ni la otra querían o podían asumir cinco despidos de golpe.

 

De ahí la estrategia sibilina. Debieron de pensar “si les ofrecemos un contrato, lo firmarán encantados, y una vez que hayan firmado, podemos despedir a dos otres, los que sobren, gratis”.

 

¿Y mi despido? Mi despido tenía dos motivos claros: el primero es que, de las dos personas que trabajábamos físicamente en la empresa de turismo, yo era la de menor rango y antigüedad. Si esta empresa iba a recortar presupuesto de manera drástica, la primera en caer iba a ser yo. Los otros tres, al fin y al cabo, estaban trabajando para otros clientes de la agencia.

 

Tengo que decir que ninguna de las dos personas que trabajábamos en la empresa de turismo lo hicimos de manera voluntaria. Nos tocó, y como nos tocó aquello, a mi me tocó la bola negra.

 

El segundo motivo de mi despido, desde mi punto de vista malicioso, fue desestabilizar al grupo. Infundir temor. Crear grietas. Y lo lograron. Uno de los cuatro restantes firmó la baja voluntaria y este gesto mínimo y comprensible (pues cada cual tiene sus problemas, conflictos e intereses) hizo que los tres restantes perdieran mucha fuerza.

 

En cuanto a mis papeles, como no estaban aquella tarde, al día siguiente por la mañana volví, desconfiando de que pudieran alegar abandono del puesto laboral y, encima, les facilitara un despido procedente.

 

La persona de recursos humanos vino a hablar conmigo.

 

“No tienes que volver, ya te hemos despedido”, me dijo.

“Ya, pero yo no tengo ningún papel que acredite el despido. No me voy de aquí sin mi carta de despido”

“Pero es que yo no te puedo dejar estar aquí”

“Y yo no me voy a ir hasta que no tenga la carta de despido”

“Pero si ya estás despedida”

 

“Pero de palabra, insisto, yo no tengo nada que diga que estoy despedida”

 

Curiosamente consiguió que los papeles, que iban a tardar dos o tres días la tarde anterior, llegaran aquella misma tarde.

 

Finalmente tres de nosotros han firmado o van a firmar próximamente la baja voluntaria, tras una semana de negociaciones muy tensa en la que han conseguido que el contrato nuevo  que firmen sea indefinido y tenga un blindaje de tres meses, con la condición añadida de que si son despedidos dentro de los seis primeros meses, la empresa se compromete a pagar su indemnización del contrato anterior. Un chanchullo, vamos, pero que les da cierta seguridad.

 

Primero quiero poner el acento en la supina torpeza de la dirección de la empresa, que ha conseguido con todo este asunto rastrero y con toda esta triquiñuela, tener a tres empleado desmotivados y en búsqueda activa de empleo.

 

Y segundo quiero manifestar una vez más mi asco, el asco que me produce la gente que aprovecha la crisis, la inseguridad, la inestabilidad, el miedo de los otros para ahorrarse un dinero, o peor aún: para robar un dinero que por derecho pertenece a sus empleados.