martes, 19 de febrero de 2008

MUY PROFESIONAL (III)



A riesgo de resultar pesada, quiero dedicar un tercer post a la profesionalidad. Esa cualidad que brilla por su ausencia en todos los sectores:

 

Autónomos (si está usted pensando en el de la caldera, en el fontanero, en el electricista, en el cerrajero, en el técnico, en el mecánico, etc., va por el buen camino), funcionarios (ni siquiera veo necesario extenderme en este sector), trabajadores por cuenta ajena (el compañero, la compañera, el jefe o la jefa que no dan un palo al agua y que, cuando mueven el dedo o abren la boca para justificar su salario, es aún peor...), empresarios y empresas...

 

Hoy nos vamos a centrar en estos últimos, empresarios, empresas y empresitas que engañan, estafan, roban, malversan, evaden, acosan, abusan, explotan, acusan, extorsionan, mienten, etc. Seguro que ya se le ha ocurrido más de una.

 

Me valen, por ejemplo todas las de telefonía o todas las eléctricas, me valen bancos, Cajas, fabricantes de electrodomésticos y otros aparatos eléctricos, sean los que sean, me valen fabricantes de aperitivos, como de congelados, me valen empresas de transportes, públicas y privadas, me valen agencias de viajes y de publicidad. Me vale todo o casi todo...

 

Por ejemplo, Nokia, y antes de continuar, quiero aclarar que soy Nokiera a muerte. Que no me fio de nada que no sea Nokia, que me gusta Nokia, que me gusta su diseño y lo intuitivo y fácil de su menú. Vamos, que soy “fans” de Nokia. Pero...

 

Mi amiga B se compró un móvil Nokia hace menos de dos meses y el aparato ya se corta cuando le viene en gana o deja de oirse. No está mal. Compras un móvil y ni siquiera es capaz de desempeñar su función principal dos meses después de la compra.

 

 

No parece algo de lo que quejarse, pero es porque nos hemos acostumbrado a que las cosas que compramos pueden estar mal. Sobre todo con la telefonía. “Este móvil me ha salido malo, lo he tenido que llevar a arreglar tres veces ya”. Ni que fuera un melón.

 

¿Se dan cuenta del perjuicio que nos causa? Te compras un telefonito sin pretensiones, para hablar, que es para lo que tu lo quieres, para hablar, y después de dos meses ya tienes que emplear tu tiempo y tus esfuerzos en llevarlo a arreglar. Llévalo, explíca qué le pasa, llama para ver si ya lo tienen arreglado (porque, digámoslo ya: ellos nunca llaman), recógelo...

 

Nokia, en lo que podemos calificar de todo un alarde de atención al cliente, para facilitar esta incómoda situación (y lejos de testar mejor sus aparatos) se compromete a facilitar al triste dueño de un móvil enfermo en periodo de garantía, un móvil de repuesto mientras el otro es reparado.

 

Así las cosas, B lleva su móvil nuevo enfermo a una tienda de teléfonía para que se lo reparen.

 

El dependiente le da dos impresos para rellenar y B, obediente, los rellena. Después, extrae su tarjeta SIM y le entrega su móvil al dependiente, que lo etiqueta y lo guarda.

 

B: (Viendo que el dependiente no le va a dar su móvil de repuesto de manera espontánea) ¿Me das mi móvil de repuesto?

D: ¿Eh? ¡Ah! Es que no tengo

B: ¿Perdón?

D: Que no tengo

B: ¿Y te parece lógico que yo salga de aquí con una tarjeta en la mano?

D: Ya...

B: Se supone que Nokia te da un móvil de repuesto cuando dejas el tuyo para que lo reparen.

D: Si, es que tenía cinco y se me han acabado. ¿No tienes a nadie que te pueda prestar un móvil?

 

Inciso, dos cosas: El dependiente, la tienda, tenía cinco móviles de repuesto para entregar a los dueños de Nokias enfermos en periodo de garantía. No se si me parecen pocos móviles de repuesto o muchos móviles enfermos en periodo de garantía, demasiados.

 

En cuanto a la pregunta del dependiente, no debemos pasarla por alto. Estoy harta de que esta gente suponga que todo el mundo tiene a alguien, que todo el mundo puede estar en su casa a las diez de la mañana esperando al de la caldera (que llega a las dos) o que tiene a alguien que no tiene nada mejor que hacer que aceptar ir a tu casa a esperar al de la caldera toda la santa mañana de un martes. No, señores. No todo el mundo tiene a alguien que te puede prestar un coche, o llevar, o traer, o prestarte una casa durante seis meses, o dejarte un móvil (aunque los regalen con las magdalenas). No-todo-el-mundo-tiene-a-alguien. ¡Hombre ya!

 

Retomando:


D: Si, es que tenía cinco y se me han acabado. ¿No tienes a nadie que te pueda prestar un móvil?

B: No.

D: Ya. Pues es que yo no tengo. (En una tienda de telefonía móvil)

B: (Calentita) Bueno, pues devuélveme el mío.


Recuperado su móvil nuevo enfermo, se va al CorteInglés, donde hay un departamento de telefonía móvil con un mostrador de Nokia.


Bárbara cuenta de nuevo los síntomas que presenta su móvil y el dependiente le dice que podría ser de la tarjeta SIM (que parece deteriorada) y que, antes de mandar el móvil a reparar, lo mejor es que mi amiga vaya al mostrador de al lado y se haga un duplicado de la tarjeta para descartar que el fallo no es de la misma.


B: Los síntomas que te acabo de describir no parecen provocados por la tarjeta ¿No crees? Yo creo que es el móvil el que está mal.

D: Pero no puedo mandar el móvil a reparar hasta que no hayamos comprobado que la tarjeta funciona correctamente.

B: O sea, que me tengo que hacer un duplicado por narices.

D: Si.

B: ¿Y si me hago el duplicado y vuelvo, mandaremos mi móvil a reparar?

D: Si, una vez hayamos comprobado que la tarjeta funciona correctamente.


Mi amiga toma aire, va al mostrador de al lado y se hace un duplicado de la tarjeta. Son 4,50 euros, 750 pesetas de las de antes.


Cuando vuelve al mostrador de Nokia, pone la nueva tarjeta en su móvil nuevo enfermo y lo enciende ante la mirada del dependiente. A los dos o tres segundos, el móvil se apaga.


B: Pues parece que no es de la tarjeta.

D: No, parece que no.

B: Acabo de pagar 4,50 euros por un duplicado de tarjeta que no necesito

Otro dependiente que pasa por allí: Mujer, un duplicado siempre viene bien.

B: Lo que habría estado bien es que hubiérais tenido un aparato para testar las tarjetas.

D: Ya.

B: (Armándose de paciencia) ¿Podemos mandar ahora mi móvil a reparar?

D: Si, cómo no. Por favor, rellene estos formularios.

B rellena los formularios, le quita la tarjeta al móvil y se lo entrega al dependiente, que lo etiqueta y lo guarda. Después mira a mi amiga, que espera con una tarjeta en cada mano, como diciendo “¿Y ahora qué?”


B: ¿Me puedes dar mi móvil de repuesto?

D: ¿Eh? ¡Ah! ¡Uy! ¡Pues no se si tengo!


Afortunadamente tuvo. Pero no puede uno evitar preguntarse ¿No sería lo normal que la tienda comprobase, antes de tramitar la reparación de un aparato, si puede o no suministrar un móvil de repuesto, e informar al cliente? Es más ¿No sería lo normal que Nokia, la empresa que se ha comprometido con el cliente, controlase y vigilase que su compromiso se cumple en todas las tiendas y distribuidores autorizados?


Esta dejadez, esta falta de interés, se traduce en falta de profesionalidad. ¿De qué me sirve a mi un teléfono de atención al cliente si en las propias tiendas me tratan como a la tía del pueblo?

MUY PROFESIONAL (II)


Continuando con lo anterior, ¿Y cuando te subes a un taxi esperando, una vez más, a Mr Hyde o algo peor y lo que te encuentras te deja boquiabierto y ojiplático? ¿Qué ocurre cuando el taxista se dirige a ti con corrección, cuando te trata como a un cliente (cuando tu ya has perdido la costumbre de sentirte cliente hasta el punto de creer que el cliente es una leyenda urbana)? Ocurre que se vuelve sospechoso, que le miras con recelo, que no te lo crees, que buscas la cámara oculta por el rabillo del ojo...

El otro día le pasó a mi amiga G que se subió a un taxi y pasó a buscarme. Tuvieron que esperarme un poco hasta que llegué y, oye, inaudito, lo primero que hizo el taxista fue parar el taxímetro. A mi amiga se le saltaron las lágrimas de la emoción ante un gesto, un detalle, que debería ser lo normal.

Casi tartamudeando, mi amiga le agradeció el detalle y él, muy profesional, le dio su tarjeta: "Si alguna vez tiene problemas para encontrar taxi, no dude en llamarme. Unos compañeros y yo mismo, más allá de nuestra empresa de tele taxi, nos hemos asociado para prestar un servicio mejor y más personalizado".

Las carencias en el servicio de taxis en Madrid son escalofriantes. Tanto que lo obvio no lo es tanto. Me explico: era obvio que si un taxista despuntaba con un poco, un poquito, de profesionalidad (esa cualidad que tanto nos falta), intentaría enmendar esas carencias y, como consecuencia, triunfaría. No era obvio, y aún hoy no lo es, que sean tan pocos los taxistas con ese poco, poquito, poquito, de profesionalidad. Tan pocos son que se cuentan con los dedos de una mano y nosotros nos peleamos por tener una copia de la tarjeta del taxista que atendió a mi amiga.

Esa tarjeta vale su peso en oro. Es la tarjeta de un profesional.

MUY PROFESIONAL (I)


¿Qué ocurre en nuestros días que es cada vez más difícil encontrar profesionales? Encontramos gente que nos vende viajes sin saber lo que es un viaje, encontramos gente que hace publicidad de un producto que no conoce, encontramos taxistas y conductores de autobús que no saben conducir y, lo que es casi peor: no saben tratar al cliente; no tienen psicología. Encontramos cocineros que no aman la cocina; gente, en definitiva, que no siente curiosidad, mucho menos pasión, por lo que hacen.

Quizá por eso se agradece tanto cuando, de pronto, de entre las ruinas de la mediocridad, sin previo aviso, resplandece el brillo inequívoco del profesional. Ese que te ilumina, que te descubre, que te ayuda, que sabe de lo suyo.

Ya sea lo suyo vender quesos o alcayatas, o introducir entradas en una base de datos, lo sabes, lo sientes, es bueno; es lo suyo.

Y las cosas fluyen cuando tratas con uno de estos seres en peligro de extinción, con un profesional, que te dice, te explica, te aconseja, te enseña...

A priori puede parecer de perogruyo, pero es que ayer estuve en el Albur, un restaurante al que hacía mucho que no iba por motivos que no vienen al caso. Lo que sí es el caso es que, para variar, no me decepcionó.

Sacarme a mi contenta de un restaurante no es tarea sencilla, debo advertir, pero de allí siempre he salido contenta. Ojo, no es ningún restaurante de lujo o postín. Al contrario, de lo más corrientito (aunque hoy no tan corriente) con una relación calidad precio más que buena. Pero más que la relación calidad precio, quiero hablar del equipo.

El restaurante, pese a ser grande, suele estar lleno. Lo curioso es que esto no es óbice para que tú sientas que eres el único cliente del restaurante, tal es la atención. Cuenta con un equipo de profesionales magnífico.

"Equipo de profesionales", frase manida donde las haya. La mayoría de las veces una falsedad en sí misma. He estado en empresas que han cacareado tener un equipo de profesionales dedicados a solventar patatín y patatán y, a veces, por no tener, no tenían ni equipo. El equipo resultaba ser una personita infravalorada y mal pagada que difícilmente podía solventar nada...

Pero estos sí; no se si bien pagados o no, pero equipo de profesionales sin duda. De los que levantas la mano y, oye, ¡Vienen! De los que les pides algo (aunque sea agua) y, oye, ¡Te lo traen! De los que se les olvida algo y, oye ¡Se disculpan! De los que sonríes y, ¡Pardiez! ¡Te devuelven la sonrisa! Y ya pueden tener el restaurante hasta la bandera, y ya pueden estar ahogaditos de trabajo, que a ti lo que te toca es una sonrisa, educación y buenas formas.

Si señor, muy profesional...