domingo, 27 de enero de 2008

TENGO UNA PREGUNTA PARA USTED


Como blog de quejas, quejidos y lamentos, no puedo por menos que recoger en una entrada especial la iniciativa que está preparando Televisión Española con la colaboración de YouTube.

Con las bases sentadas por el programa "Tengo una pregunta para usted", se pretende ahora que todos, todos, tengamos la oportunidad de plantear al Presidente del Gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero, así como al Jefe de la oposición, Mariano Rajoy, las preguntas que se nos antojen.

La mecánica es sencillísima, sólo hay que grabar la pregunta en vídeo (webcam o como queramos) y colgarla en el espacio habilitado por RTVE en YouTube:

http://es.youtube.com/elecciones08

Después, la gente votará y las mejores preguntas serán planteadas a ZP y Rajoy en un programa especial.

Yo, desde aquí, os animo a que deis caña, que no se diga que no tenemos nada que decir.

martes, 22 de enero de 2008

REGGETON


Hay especies que, si se extinguieran, sería un placer. Sería motivo de celebración y algarabía general. Nadie las echaría en falta. No hablo, pese a lo que pueda parecer, de las palomas, aunque también podría meterlas en este saco...

Hablo de una subespecie del hortera: el hortera de transistor.

Durante años tuvimos la ilusión de que la especie estaba en vías de extinción. Hubo un tiempo en el que, en todo el territorio nacional, debían quedar a lo sumo quince o veinte indivíduos aislados.

El hortera de transistor es una especie gregaria, por lo que el aislamiento y la evolución, cuando no involución, de su hábitat natural (la costa del sol y la costa levantina, principalmente) han ido acabando con la especie progresiva y esperanzadoramente.

Sin embargo, en los últimos tiempos, cuando ya dábamos esta vergonzante especie tan nuestra por acabada, las corrientes migratorias y el cambio climático nos traen un especimen hermano y foráneo, a todas luces mucho más resistente y adaptado: el hortera del reggeton.

El hortera del Reggeton viene de América y trae consigo sus costumbres. Unas son edificantes, enriquecedoras, encantadoras y dulces. Otras, por contra, son deleznables, molestas e irrespetuosas.

Auriculares o cascos. Han evolucionado hasta convertirse en cómodos botones que se intoducen en el pabellón auditivo. Hoy podemos encontrarlos incluso sin cables.

Permiten al usuario escuchar grabaciones o directos de todo tipo: noticias, música, programas de entretenimiento, música, concursos, música... incluso sirven para oir la televisión en privado, sin molestar a nadie. En resumen, permiten escuchar música y lo que no es música.

Entre lo que no es música, destacaremos el Reggeton, importado, como el hortera del idem, de las Américas.

Si el Reggeton quiere ser música o no, lo desconozco. Lo que sé a ciencia cierta es que no lo consigue. Sin entrar en el ritmo cansino y repetitivo, las letras que acompañan a una percusión machacona que destroza las conexiones neuronales, son, probáblemente, la mayor ordinariez que mis oidos hayan tenido la desgracia de escuchar.

Son letras sexistas, machistas y degradantes. Al oirlas la ira me invade. Me siento violenta en todos los sentidos. Se me inflaman las venas y los dientes me rechinan. He sentido la necesidad de arrancarme las orejas con la esperanza de no volver a oirlo nunca más. He sentido la necesidad de hacer que el hortera de Reggeton se trague la fuente de su ruido infame.

Ojalá el hortera del Reggeton tuviera la capacidad de sentir respeto por el prójimo. Ojalá se sintera en la obligación de utilizar los maravillosos auriculares o cascos para protejer al resto de la población de la bazofia que invade sus orificios auditivos. Ojalá no considerara absolutamente necesario compartir conmigo la letanía de obscenidades y su lascivia.

Pero desgraciadamente, el hortera del Reggeton tiene el cerebro lleno de mierda. No es capaz de imaginar lo profundamente molesta que resulta su presencia, la violencia que desata.

Para colmo, y para refinar el proceso de la tortura, las compañías de telefonía móvil han puesto al servicio de esta especie un arma de destrucción masiva: el altavoz en los móviles. Que digo yo que ¿qué necesidad había? Ninguna. Bien está el altavoz como manos libres, si no digo yo que no, pero ¿era necesario tener que escuchar las descargas de tonos en estéreo? Señores, no. Máxime cuando el altavoz en cuestión se oye como si el móvil estuviera dentro de una lata de Coca Cola abollada.

Cuando este país se había desecho del hortera de transistor, entramos en el metro, o en el autobús, o en el Cercanías y el hortera del Reggeton nos impone su falta de criterio musical. Nos la impone. ¿Por qué no puede usar los cascos? ¿Por qué leches tengo yo que escuchar su mierda de tono? ¿Por qué no puedo leer tranquilamente? ¿Por qué su ruido se cuela en mi cerebro pese a mis cascos? ¿Por qué ninguno nos atrevemos a decirle que apague eso?

Me jugaré el pellejo, pero la próxima vez se lo digo.

(Fantasmaaaaa...)

martes, 15 de enero de 2008

SIN BARRERAS


Una vez me dijo mi amigo S una cosa que, si bien al principio me pareció una tonería, tiene, cada día que lo pienso, más y más sentido.

S: “El mundo laboral funciona al revés de como debería funcionar”.
Pani: “¿Einh?”
S: “Te lo explicaré, amiga Pani. Los puestos laborales considerados más bajos deberían ser los considerados más altos”.
P: “¿Einh?”
S: “Santa paciencia... Por ejemplo, un obrero, un barrendero, un camionero o un autobusero, soportan grandísimas responsabilidades, además de riesgos laborales, que no están justamente consideradas, agradecidas ni pagadas”
P: “¿Einh?” (A veces me cuesta un poco)
S: “Joé, Pani, céntrate. Analicemos el trabajo de un autobusero. Un autobusero conduce, lo cual ya lleva implícito un riesgo que, en este país especialmente, es bastante alto.
P: “Cierto.” (La niebla empieza a disiparse en mi cerebro)
S: “Además, tiene la enoooorme responsabilidad de llevar varias decenas de vidas humanas en el autobús que él conduce”.
P: “Ahá”.
S: “Es como un piloto. Y si es como un piloto ¿Por qué el proceso de selección, así como el sueldo, no son como los de un piloto? Cualquiera puede ser autobusero. Basta con que te saques el carnet de autobusero. Pero llegar a ser piloto es muuuy difícil. ¿Por qué? ¿Por qué esa diferencia tan flagrante?”

Y lo mismo ocurre con el camionero. Su responsabilidad en la carretera es inmensa, directamente proporcional al tamaño y al tipo de mercancía que transporta. Deberían tener sueldos astronómicos, en consonancia con su responsabilidad, y un estricto control sobre sus horas de sueño, como los pilotos y los controladores aéreos.

¿Y los obreros? Los mismo que el propio arquitecto, si comete un error, una casa se puede venir abajo sepultando todo lo que haya dentro...

Y así podría seguir... Pero hoy quiero centrar mi atención en el autobusero. En el autobusero real, no el ideal.

De todos los autobuseros que conducen en nuestras ciudades y carreteras ¿cuántos lo son por vocación? ¿Cuántos disrutan con su trabajo? Y, sin embargo llevan sobre su espalda responsabilidades que sólo debería asumir alguien suficientemente motivado.

Me contó mi hermano que una vez, en un viaje de larga distancia en autobús, le ocurrió lo siguiente:

Era una de esas operaciones “salida” o “regreso”. Había atasco. El autobús pasaba por una carretera que cruzaba un paso a nivel. Avanzaban poco a poco, muy despacio.

Cuando le tocó el turno de pasar por encima de la vía, el autobusero no esperó a tener espacio suficiente para pasar de una vez. Avanzó un poco y cuando detuvo el vehículo, éste estaba completamente atravesado en la vía. Al cabo de un minuto o algo así empezó a sonar la campana que advierte de la bajada de barrera.

El autobús seguía atravesado en la vía y no tenía espacio para cruzar al otro lado. Tampoco podía dar marcha atrás porque los coches ya habían avanzado.

La barrera empezó a bajar y el autobusero, nervioso, empezó a tocar el claxon.

Los viajeros le pidieron al conductor que abriera las puertas, pero éste, que seguía pitando, no lo hizo. La barrera daba contra el techo y el lateral del autobús. Entre la gente, encerrada, empezaba a cundir el pánico.

Mientras, los vehículos de delante, girando y avanzando todo lo que podían, trataban de hacer hueco para el autobús.

Finalmente, con la barrera arañando el techo y el lateral del autobús, el conductor consiguió pasar metiéndose en parte en el arcén.

No hubo que lamentar ninguna tragedia, pero tampoco nadie denunció aquello. Un señor, que tenía a su cargo más de 40 vidas humanas, no sólo fue un imprudente, sino que, despreciando el código de circulación más básico, cometió un delito.

Puso en un riesgo innecesario la vida de todos los viajeros, y el hecho de que salieran de aquella situación ilesos no le resta gravedad a sus actos.

Lo más grave es que, a diario, profesionales de distintos sectores, ponen en riesgo la vida de otras personas desoyendo las normas más básicas de seguridad a través de imprudencias y faltas de responsabilidad social.

Cada vez que cojo el coche me encuentro con algún autobús que me embiste desde un ceda el paso, por ejemplo.

Mi amiga M, por otro lado, se queja de algo que todos hemos padecido en mayor o menor medida: El autobusero que cierra las puertas en las narices de aquel o aquella que se ha pegado tremenda carrera para llegar.

Conviene destacar aquí cierto ramalazo sexista: He visto a un autobusero esperar tranquilamente a que una señorita “de buen ver” alcance tranquilamente el autobús, o incluso volver a abrir las puertas que ya habían sido cerradas. Y he visto al mismo autobusero cerrárselas a otro chico o chica menos agraciada cuando llegaban jadeando debido al sprint final.

Sin querer hacer de esto una cruzada contra los conductores de autobús, debo señalar que su actitud hacia el viajero es un indicativo de su actitud hacia el trabajo: la desgana y la desidia conducen a la dejadez y a la imprudencia.

Volviendo a la idea descabellada de mi amigo S, termino diciendo que sí; que el acceso a determinados puestos de trabajo que consideramos fáciles o menores, debería estar controlado, vigilado, establecido y pagado en proporción directa a la responsabilidad que conllevan.

viernes, 11 de enero de 2008

VIAJES POR PLANCHA


“Ding dong ding dong ding dong” Estoy de visita en casa de mis padres y llaman insistentemente al timbre, mi padre cabecea mientras hace que prepara las clases del máster (del universo. Lo siento, me sale de corrido). Mis abuelas están sordas, una más que otra, pero para oir el timbre lo mismo da, ninguna lo oye.

Abro la puerta y es mi madre, que cuando está iracunda no es capaz de encontrar las llaves en el bolso.

Está iracunda porque Menaje del Hogar está intentando estafarle, no dos ni tres, sino diez euros de vellón. Que lo mismo daría si fueran dos, porque una estafa es una estafa, y tus céntimos son tan tuyos como tus euros, y duele igual cuando te los quitan con malas artes y mala fe, como es el caso.

Mi madre compró hace cuatro días una plancha en Menaje del Hogar: 60 euros; dos días después vio la misma plancha (misma marca, mismo modelo) diez (repito, diez) euros más barata en el CorteInglés. Sí, precísamente en el sitio con fama de caro (fama merecida, no vayamos a llevarnos a engaño).

Así que compró la plancha en el CorteInglés con la intención de devolver la que había comprado en Menaje del Hogar.

Cuando ayer abrí la puerta de su casa, mi madre estaba iracunda, con una bolsa en la mano. En la bolsa, de Menaje del Hogar, podía leerse: “Nadie vende más barato”. Y dentro de la bolsa estaba la plancha.

“Quita” Me dice (cuando mi madre está iracunda no entiende de besos) “que voy a pelearme con los imbéciles estos del Hogar” (Esté iracunda o no, tiene dificultades para acertar con los nombres).

Le pregunto (apartándome prudentemente de su camino) qué pasa y me cuenta que ha llevado la plancha a Menaje del Hogar para devolverla. “¡Qué no devuelven el dinero, me han dicho!” Mi madre es “fans” de la “devolución del importe”. “¡Qué me hacen un vale! ¿Para qué quiero yo un vale si es más caro que El CorteInglés?” Mi madre también es “fans” del CorteInglés, pero el caso es que tiene razón. ¿Para qué iba a querer ella un vale de un sitio que vende las planchas diez euros más caras que El CorteInglés?

Parece ser que en ese punto ha montado en cólera, como sólo ella sabe hacerlo: “¡En ese cartel dice que venden ustedes más barato que nadie!” Por lo visto, Menaje del Hogar está forrado de lonas que rezan “Nadie vende tan barato”. Así que mi madre amenaza con las acciones legales: “¡Les voy a denunciar!¡Me están ustedes engañando!”

La señorita, probablemente impresionada por la cólera desatada, le confiesa a mi madre que si le demuestra que en otro sitio venden la plancha más barata, le devolverán la diferencia. Así que mi madre, muy ufana, desenfunda el tiket del CorteInglés que demuestra los hechos.

“Pero es que aquí dice “pequeño electrodoméstico”, señora, esto puede ser cualquier cosa. No especifica”

Mi madre, bizca, mira el tiket y luego a la señorita. “¿Y qué quiere?¿Que le traiga la plancha?”

“Pues si” Dice la dependienta. Así que mi madre agarra su tiket del CorteInglés, agarra su plancha cara, da media vuelta y sale hecha un basilisco en dirección a casa.

Y aquí, en este punto, es donde yo le abro la puerta a una madre iracunda que viene a por su plancha barata para demostrarle a la señorita que ella no miente.

Por supuesto, yo esto no me lo pierdo: recojo mi abrigo, mi bolso y su plancha barata y me voy con ella y su indignación.

En Menaje del Hogar entramos a camara lenta, como en Matrix, las cabezas altas y las planchas en ristre. Pasamos al tipo de seguridad, que no se atreve a decirnos nada. Mi madre se dirije directamente a la dependienta que ha puesto en duda su honor y su credibilidad. Yo le cubro las espaldas.

“¡Pues aquí estoy” Le dice a la señorita arrancando la bolsa del CorteInglés de mis manos y balanceándola en las narices de la chica. Ella, atónita y algo acobardada, todo hay que decirlo, se asoma a la bolsa del CorteInglés y confirma que la caja que hay dentro pertenece a una plancha de la misma marca y modelo que la plancha cara que mi madre ha comprado en esta tienda.

“Pues tiene usted razón” dice muy bajito. No se si por regodearse o porque esperaba otra respuesta, mi madre pregunta: “¿Qué?”. “Que tiene usted razón, que ha demostrado usted que esta plancha es más barata y le daremos la diferencia”.

Y con esto engancha a un compañero (supongo que el encargado) y le dice “Esta señora ha demostrado que esta plancha que ha comprado en otro sitio es más barata que esta otra, que es igual, que ha comprado aquí. Hay que devolverle la diferencia.” y dirigiéndose a mi madre: “Ya le atiende mi compañero”.

El compañero va a la caja y le dice a la cajera que le devuelva a mi madre la diferencia, sus diez euros. Mi madre parece un poco más alta.

Y ahora, turno de dudas, cuestiones y preguntas:

¿Qué demuestra un objeto que no haya demostrado ya un tiket? Quiero decir, si en el tiket dice pequeño electrodoméstico y puede referirse a cualquier pequeño electrodoméstico, ¿Por qué la presencia de la plancha disipa esta duda? Mi madre podría haber llevado la plancha y un tiket de la compra de una minipimer en el que dijera “pequeño electrodoméstico: 35 euros” y haberse llevado una diferencia aún mayor.

Voy más allá: ¿Qué demuestra la caja de una plancha que no demuestre un tiket? Nadie verificó el contenido de la caja de la plancha barata, que hubiera podido estar vacía...

Y lo que es más importante: ¿Qué hubiera pasado si mi madre no hubiera comprado la plancha? ¿Cómo se supone que demuestras que has encontrado el mismo producto más barato? ¿Llamas a un notario? (están carísimos, los notarios). ¿Y si la plancha más barata la has encontrado en un bazar que no acepta devolución del importe? No la puedes comprar, llevarla como prueba palpable a Menaje del Hogar y luego devolverla.

Viaje uno: compra de la plancha cara en Menaje del Hogar; viaje dos: compra de la plancha barata en El CorteInglés; viaje tres: intento de devolución de la plancha cara en Menaje del Hogar; viaje cuatro: recojida de la plancha barata como prueba en casa; viaje cinco: devolución de la diferencia de la plancha cara en Menaje del Hogar; viaje seis: devolución del importe completo de la plancha barata en El CorteInglés.

Seis viajes para comprar una plancha son demasiados viajes. La próxima vez mi madre comprará directamente en El CorteInglés.

Menaje del Hogar hace publicidad engañosa: No sólo no vende más barato que nadie (diez euros de diferencia en un importe de 60 es mucha diferencia) sino que no te devuelve la diferencia. No hasta que te han convertido en una fanática peligrosa.

martes, 8 de enero de 2008

MIRADAS


Efectivamente, y como imaginábais, he pasado estas fechas intentando meter la cabeza en una maceta y aislarme de todo. Lástima que mi maceta es muuuuy pequeña y no tiene tierra (maté la hierbabuena hace ahora casi tres años).

Pero ya he salido a la luz nueva del final de las navidades, sólo ensombrecida por el comienzo despiadado de las rebajas.

Asomo la cabeza y lo primero que me encuentro es un tema para mi blog, lo cual me produce un sentimiento confuso: entusiasmo, porque a mi este blog me entusiasma, y cabreo, porque los temas para mi blog son aquellos que me cabrean, me asquean, me enfadan, me molestan o me indignan.

Anteayer fuimos a cenar al gallego de Huertas, al Maceiras. Para los que no lo conozcan, decir que se comen muy buenos berberechos y exquisitas navajas (cuando las tienen y salvando la vez que mi amiga M salió intoxicada). No son baratos, pero tampoco caros. Aunque si tenemos encuenta algo más que la comida, el lugar es, no ya caro, sino totalmete abusivo.

A uno se le atragantan las almejas con el ruido ensordecedor y constante de las gaitas de las narices. La gente, para hacerse oir por encima de este chichido insufrible (es como si mataran a un cerdo) grita más y uno acaba comiendo los bereberechos habiendo renunciado a la comunicación con los de su propia mesa.

Otro defecto: todo, y quiero decir todo, es de origen gallego. Esto significa que el vino blanco es albariño, pero es que el tinto también es gallego. Y la cerveza. Y digo yo, estos gallegos ¿Aún no se han enterado de que el marisco y los pimientos del padrón es de lo poquito que pueden exportar con la cabeza alta?

El albariño pase, para quien le guste el blanco, ¿pero el tinto? Señores, en Galicia no se hace buen tinto, y no quiero siquiera hablar de la cerveza ¡Por dios! ¡cualquiera diría que tienen ancestros celtas!

Pero supongo que lo mejor (i, de ironía) es el servicio. Hace un par de años, las camareras eran gallegas. En este punto debo decir que soy una firme detractora de la clásica frase de autodefinido “la dulce galicia”. Galicia, de dulce, nada de nada.

Las gallegas te miraban con desprecio, cuando no con ira y te lanzaban los platos a la mesa. Supongo que el propósito era que salieras corriendo cuanto antes para poder llenar otra vez tu mesa. Desde que te sientas eres poco menos que un estorbo al que hay que sacar el dinero cuanto antes: ordeñarte y puerta. Por eso no reservan mesa, no sea que una mesa se les quede sin ocupar dos minutos y medio.

Hoy las camareras ya no son gallegas, eso se ha perdido, ahora son sudamericanas, centroamericanas y negras. Ironías de la vida: algunas de ellas nos llaman “gallegos” a nosotros.

No me voya poner racista ni fascista, pero tampoco me voy a poner políticamente correcta, así que los aprehensivos pueden dejar de leer aquí, porque algo de sangre voy a hacer:

Estábamos borrachos. Yo había mezclado albariño, cerveza gallega y sangría en un intento deseperado por encontrar algo que se pudiera beber. También habíamos tomado la queimada y llegó el momento en el que te traen la cuenta. Esa es otra tradición que se ha perdido: ya no “llega el momento de pedir la cuenta” sino que te la endiñan cuando a ellos les parece oportuno.

Nos trajeron la cuenta. 31 pavos por cabeza. Ya digo que barato, no es, pero es marisco y es albariño, que pese a ser un blanco, resulta que te lo cobran como un tinto.

Borrachos sacamos nuestros dineros y los pusimos todos juntos. Después de un rato haciendo cuentas, pues sobraba un montón y nadie sabía de dónde había salido un billete extra de 50 euros, nos organizamos y, si la cuenta era de 189 con algo, dejamos 190. Diréis “¡Qué ratas! ¿Y la propina?” La propina es para quien se la gana y la chica que nos atendió no se la había ganado: Hubo que pedirle la sangría 6 veces, lo cual era perdonable (se podría considerar un intento por salvaguardar nuestro honor) si no fuera por las continuas miradas de asco, desprecio y cabreo.

No soy paranoica en este sentido. No pido simpatía sin límites, sólo que no me mires como si te estuviera molestando.

Bien, dejamos 190 euros: tres billetes de 50 uno de 20, uno de 10, uno de 5 y monedas. Lo contamos y revisamos varias veces porque estamos borrachos y no queremos equivocarnos y dejar de más.

Cuando salimos del bar, la encargada vino detrás nuestro y nos dijo que faltaba dinero, así que, extrañados, volvimos.

Al fondo, en la barra, nos llevó la encargada a los cinco que quedábamos, y allí nos colocó, cara a cara con la camarera que nos había atendido y que había cobrado nuestra mesa: la negra con mirada de desprecio.

La encargada nos dijo: “Ella os ha cobrado, y al llegar a la caja, nos hemos dado cuenta de que falta dinero”. Y la camarera pone encima del mostrador una cuenta, la nuestra, con un dinero, no el nuestro.

El dinero que nos enseña consta de un billete de 50 y tres de 20. En absoluto se parece al dinero que nosotros hemos pagado.

“Ese no es nuestro dinero. Nosotros te hemos dado tres billetes de 50 y además había monedas” le decimos y entonces la encargada le dice a la camarera: “Tu les has cobrado, entíendete tu con ellos”.

La camarera desliza un poco la cuenta y los billetes hacia nosotros en el mostrador y nos mira fijamente uno por uno a los cinco, sosteniéndo la mirada, desafiando.

“Ese no es nuestro dinero. Nosotros hemos pagado con tres billetes de 50 y había solo uno de 20”. Y ella, en silencio, vuelve a deslizar la cuenta y los billetes sobre el mostrador, acercándolos un poco más, acusadoramente y vuelve a mirarnos uno por uno, fíjamente a los ojos.

Este juego psicológico resulta incomprensible cuando han transcurrido diez minutos de reloj. La cuenta, un poco más cerca, los ojos, un poco más entrecerrados, acusadores, como si fuera a conseguir con ello que depronto uno de nosotros se viniera abajo y, sollozando, dijera “¡de acuerdo, de acuerdo, te hemos robado, lo siento, toma tu dinero, tómalo todo...!”.

Por supuesto, nada de eso ocurrió; cuando ya no podía más, cuando ya iba a explotar (en el fondo nunca exploto) y le iba a gritar que dejara de mirarnos y se pusiera a buscar el puto dinero, volvió la encargada.

Habían pasado más de diez minutos y sólo al cabo de ese tiempo, como si hubiésemos pasado “la terrible prueba de la mirada” y eso nos exculpara, vino la encargada, nos pidió disculpas y nos dejó ir en paz.

Demasiado tarde. Nunca mais.